De la penúltima paradoja en la función del arte
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Eso no es una imagen, sino otra
postulación de la irracionalidad del racionalismo, en su innegable paradoja; pues
por su falta de consistencia propia, lo negativo sólo puede ser una
representación convencional de lo extrapositivo. Por supuesto, ese tipo de
postulado hiper complejo va siendo cada vez más incomprensible, como toda irracionalidad;
pues no puede encajar en la pobreza lineal de una gramática que se horroriza —en
su racionalidad— del encabalgamiento y la imagen compuesta.
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El descubrimiento afirma que las
pinturas rupestres tenían la función práctica e inmediata de la contabilidad; ni
siquiera de la contabilidad por amor a la contabilidad, que ya sería bastante,
sino para la vulgar y pedestre planificación. Es decir, la belleza era una
cuestión tan secundaria entonces, que sólo llamaría la atención de los
modernos; como aquella falta de pigmentación en la estatuaria clásica, que les sugirió
una imposible sobriedad griega —con los dioses que se gastaban—.
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Quién sabe, quizás —perdida la legitimidad trascendente— los artistas dejen de reclamar tratamiento especial; y así, haciendo que el arte pierda su atractivo político, dejen espacio al arte verdadero en su pedestre modestia. De ese modo —aunque solo quizás— serían otra vez las grandes obras, que no aleccionaban sino se limitaban a la reflexión; devolviendo al arte esa función trascendente original, perdida en tanta pretensión de los modernos… con su simbolismo.
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