La paradoja humanista y el excepcionalismo académico norteamericano
Clérigo John Harvard |
Como la monarquía inglesa respecto
a la francesa, la tradición académica de Inglaterra será débil, y en ello dúctil;
permitiéndose un desarrollo al margen de la vigilancia eclesiástica, que es
también al margen de su humanismo dogmático. El culmen de este desarrollo
peculiar ocurriría en la conjunción de dos determinaciones políticas
importantes; la primera con esa fundación de Cambridge, y la segunda con el
cisma anglicano, y su mayor libertad respecto al pragmatismo capitalista sobre el
dogma humanista.
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Aún, esta tradición universitaria
inglesa se deprimiría durante el apogeo ilustrado de las humanidades en Francia;
remarcando su enfoque en la nueva cultura de la era postmoderna, como decadencia
de ese auge primero de la Modernidad. La tradición académica norteamericana es así
original, en esta excepcionalidad malentendida en su comparación; porque esta y
la europea responden a objetos no sólo distintos, sino de suyo complementarios,
en la contradicción.
El problema sobreviene entonces con
la clase desarrollada a su sombra, como una élite convencional en su
especialidad; que en competencia —por sus propios intereses de clase— con la
europea, desarrolla un falso interés en las humanidades. No obstante, en tanto
política, esta contradicción sería banal, sin afectar esa proyección
paradigmática original; que desplazando a las humanidades como objeto central
del conocimiento, permite otros desarrollos de la cultura misma.
Cahrles Sanders Peirce |
No debe ser casual que este
desarrollo comience con la derivación del interés hacia las matemáticas en el Cambridge
inglés; como el del último fisiólogo en la era clásica, cuando Pitágoras ofrece
las bases para el exceso de Platón, con su trascendentalismo. Después de todo, Pitágoras
impulsaría con ello la corrección lógica de esos excesos, con el realismo
aristotélico; como una adecuación sólo comprensible con el auge de la nueva
física, posible por la excelencia matemática que lo sostiene.
La espada de fuego del Uriel que
expulsa a Adán, se bajaría en reverencia ante el esplendor de su humildad; que
sólo llegaría desligándose de su androcentrismo, al comprender que el interés
no era teológico sino sobre la majestuosa realidad que eso significa. La excepcionalidad
norteamericana, en el pináculo de la soberbia humanista, respondería así a una
voluntad de salvación; que siendo de Dios —sea lo que sea que esto signifique—
habría extendido el siglo a los pies del hombre, para que reconozca en este
poder la vanidad de su soberbia.
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