El enigma Ratzinger
Lo cierto es que, aparte de su conservadurismo
—más visible que efectivo— el cardenal Ratzinger era una garantía; pero no de
probidad —tampoco nadie esperaba eso— sino de tiempo y compromiso, en una época
álgida y peligrosa. Ese debe haber sido el argumento capaz de ganar al jerarca,
que disfrutaba del inmenso poder tras el trono; y que tenía suficiente
experiencia como para saber que la cátedra de San Pedro es un símbolo, pero no
tiene poder real.
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Un estancamiento que se refería a la
organización política del mundo, con China como carta triunfal del corporativismo;
teniendo que contrarrestar el triunfalismo pro capitalista, que prevaleció en la
Guerra Fría, como escenario de esta reorganización. La soberbia intelectualista
de este elitismo sería lo que llevara al fracaso de Hillary Clinton en Estados
Unidos; pero no cuando la debacle con Trump, sino mucho antes, cuando la
sonrisa hipócrita de Obama le quitó la nominación, en el 2008.
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En definitiva, lo que es triste es que el mundo
sea un tablero de ajedrez, resuelto en la alternancia bicolor; por la que todas
las piezas juegan el mismo papel de funcionarios mediocres, no importa ni el
color ni la posición. Las únicas manos que importan son las que juegan, no sus
piezas primorosamente modeladas y sin manos; como la razón por la que el
emérito pasará a la historia como un funcionarillo mediocre, sin siquiera e
esplendor de su cátedra.
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