Tren bala: Tarantino estuvo aquí
Esta película carece de dramatismo, incluso
resulta en una extraña y desgraciada mezcla de violencia y humor; pero un humor
pesado, de abusador de colegio que se cree sus propios chistes, y no sabe que apenas se le aguanta. De ahí que recurra a todos los excesos típicos de
Hollywood, pero inflándolos más en ese esteticismo; sólo que mientras los
originales se resolvían con un poco de fe poética, estos exigen el franco
fanatismo.
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Lo que sí resulta maravilloso, es que en tanta
falta de brillo resplandezcan figuras como Aaron Taylor-Johnson; que junto a Brian
Tyree Henry ofrece una clase magistral de actuación, no importa el desguace de guion
que les presenten. Junto a ellos, las actuaciones regulares de Hiroyuki Sanada
y Andrew Koji, con el otro mito de la actuación nipona; que con su referencia
tradicional al No, contrasta en su representacionismo con el también mito del
método occidental.
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Junto a todo eso, como todo no puede ser
terrible, una fotografía más o menos espectacular en su teatralidad; aunque ya
todos los clichés de la plástica nipona han sido recorridos desde Kurosawa, y
no hay modo de conseguir un fotograma original. La película se alarga así innecesariamente,
por más de dos horas, que dejan el sabor amargo de la banalidad; como un
producto más bien mediocre, propio de los tiempos de la cinematografía YouTube,
el modelaje Instagram, y el periodismo Twitter.
No es que este fracaso no fuera previsible,
sino que demuestra las bajas expectativas de la producción contemporánea; pues
quien pueda esperar más de un director como David Leitch, es intelectualmente irrespetuoso
hasta consigo mismo. Leitch es conocido por moverse del doblaje de acción a la
dirección, parece que sin distinguir mucho entre una y otra; demostrando que en
Hollywood vale más la red de contactos que el talento real, como la cultura a
la que en definitiva responde.
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