Borges achacaba la superioridad del
Quijote a su capacidad para superar las falaces traducciones y la peor edición;
y ese es el caso de este libro, que impone su belleza a una edición desastrosa,
mereciendo mejor destino que el de su contexto. La soledad histórica tiene la
extraña eficacia de su ambigüedad estilística, entre el ensayo filosófico y el
literario; requiriendo así, para completarse, un lector inteligente, como los
que dejaron de producirse con el tercer cuarto del siglo XX.
Ese es el problema y la virtud de
este libro, que rezuma inteligencia e imaginación en su poder; confirmando lo
que prometía el autor con snobismo, ahora todo en un libro, como contundente
realidad. El volumen resulta extemporáneo, descubriendo ese tipo ya pasado de
preciosa intelectualidad; pero gracias a eso consigue un nivel de síntesis, que
le permite jugar con los elementos de la cultura cubana, como en un cubo de
Rubik.
El libro se ha presentado como un
ensayo sobre la negritud, pero esa descripción es un slogan comercial; es,
mejor que eso, una serie de ensayos literarios con densidad filosófica, sobre
los mil temas que hacen a la cultura. De ahí esa inteligencia profunda con que
se acerca a sus objetos, entre los que destaca el problema racial; pero solo entre
otros, y cada uno de estos desarrollando un universo epistemológico, capaz de
cubrir el conjunto móvil y general de la cultura.
En ese rosario, actualiza el caso Padilla
con una frescura singular, desmenuzándolo en una exégesis concienzuda; y se
atreve con el buda incomprensible de nuestra literatura, José Lezama Lima, al
que revela y contextualiza con gracia. Por supuesto, su objeto central es ese
de la soledad histórica del negro cubano, que da título al libro; consiguiendo
exponerlo en toda su complejidad política, aunque no llegue a percibirlo en su poder
ontológico. Eso no es grave, primero hay que ser negro para llegar a pensar
como negro, en la madurez del proceso; y esta conciencia de negritud sólo la
brinda el contraste ríspido con el entorno, que justifica la singularidad.
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En la contraportada, Carlos Moore
vincula este libro al esfuerzo de Walterio Carbonell, con su mitología
fundacional; pero es mejor que eso, incluso por la falta de un propósito desmesurado
como ese mito que perseguía Carbonell. Quizás, esto de Moore se deba al
mimetismo convencional, que reproduce el ilustracionismo seudo humanista
blanco; pero esa sería precisamente la falencia del Occidente cristiano, al que
ofrecer el arcoíris (Depestre) de la reconvención.
Ese esfuerzo, comenzado por
Depestre con la Negritude, es el que puede culminar Patterson en este gesto;
estableciendo una primera síntesis, como culmen de la tradición efectiva de
pensamiento negro en Cuba. Entre los logros de este libro en ese sentido,
sobresale la crítica del primer Fernando Ortiz; que como fundamento —todavía
vigente— de la antropología nacional, no permite la superación del paternalismo
ilustrado.
La detención pormenorizada —con una
nota marginal— en el criterio de Ortiz es aquí más pertinente que osada; porque
aunque no avanza una antropología propiamente negra, sí prepara las bases para
su desarrollo efectivo. Su error en este sentido, sería el de enzarzarse en una
justificación de los elementos a los que se ha reducido lo negro; que siendo moral
revela su futilidad, como un rezago del de cualquier modo comprensible —pero
improductivo— resentimiento
Así, sobre los problemas del
pensamiento en Cuba, Patterson cumple la función que Sócrates —no Platón— en
Grecia; y que es resumir, en una sistematización negativa, toda esa tradición,
para fundar e impulsar el nuevo desarrollo. Con eso, sin proponérselo quizás por
el enormismo, supera aquel esfuerzo de Carbonell, ineficiente en la
manipulación; porque no deteniéndose en la justificación histórica, apela a la
lógica funcional de la estructura misma en que se organiza la cultura.
Quien no sepa cuán importante es
eso, válgale saber que esta es la sociedad como el conjunto de relaciones políticas;
y que esta es a su vez la misma realidad en cuanto humana, emergiendo de ese
amasijo de determinaciones. El libro, en esta densidad, merece una segunda
vida, que en formato electrónico lo haga más visible y útil en la visibilidad;
sobre todo porque toda esa densidad está naturalmente dirigida —por difícil que
sea— a la cultura popular, no al convencionalismo moral académico.
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