Monday, January 13, 2025

De símbolo, apéndice a la CogiNganga

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Como tal, el símbolo es una figura recurrente a todo lenguaje, que en principio no es problemática en esta función; pero este sentido es distorsionado con el reordenamiento hermenéutico de la Modernidad, con el racionalismo positivo. El proceso, sería lento y complejo, como uno de los alcances del cartesianismo, consustancial a la razón positiva; hasta que el Romanticismo resuelve su naturaleza trascendentalista como representacional, sin valor cognitivo propio.

En la literatura y el arte en general, esta sería la tensión entre parnasianos y simbolistas, disolviendo el romanticismo; justo por la influencia del racionalismo francés, en su carácter elitista e intelectual, contra el popular de los románticos. Esto hace que las figuras, en tanto representaciones, carezcan de toda consistencia propia, perdiendo la función parabólica; por la que podían expresar la función simpática del acto de conocimiento, como reflexión de lo real con su interpretación.

De hecho, los fenómenos afectados en esta reflexividad son extrapositivos[1], incomprensibles al positivismo racional; quedando neutralizados —puesto que su valor es reflexivo— como fantasías, de valor simbólico y referencial. No es casual que todo eso forme ocurra dentro del período Neoclásico, como otro exceso propio del Barroco; que igual simplifica en su racionalización toda compresión del pasado, con su reordenamiento hermenéutico.

De ahí el vacío hermenéutico, a llenar con el valor convencional de la razón positiva, como determinación de lo real; desplazando en esta convencionalidad a la reflexión misma, que viabilizaba el objeto existencial en vez de político; y cuya función era referencial y no directamente determinante, al permitir el desarrollo individual, como potencia. Eso explica la recurrencia del símbolo, pero convencional y no existencialmente, como parte de los problemas suscitados por la Modernidad; que siempre son de alcance existencial, en tanto relativos a la reflexividad de lo real en tanto humano, como naturaleza.

Esta peculiaridad del simbolismo, permitirá el trascendentalismo metafísico, frente al histórico impuesto por la filosofía; pero esa tensión terminaría por agotar la capacidad reflexiva del arte, subordinándola a una función discursiva. Este proceso reproducirá en el arte el mismo fenómeno entrópico de la cultura, al organizarlo en esa función política; en detrimento de su potencial reflexivo, a favor de esa discursividad, en que justifica el determinismo político como trascendental.

Como alcance metafísico —en tanto transhistórico—, esta capacidad sería lo que se preserva en el llamado arte primitivo; que propio de las también llamadas culturas y religiones primitivas, aludiría a la función primaria de esa reflexividad; que contraria a la política —como doblemente derivada en su convencionalidad— es existencial. Esta sería entonces la calidad experiencial buscada por el arte postmoderno, tras la crisis que agota al moderno; en una frontera porosa y amplia, pero marcada por el simbolismo, como expresión del mismo proceso entrópico que es la postmodernidad.



[1] . Cf: Cn 2.20, la cuestión cuántica.

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