Tuesday, January 28, 2025

La obscenidad del artista postmoderno

Santiago Sierra

Para Elvia Rosa Castro y Yiki González

Es natural que en su carácter entrópico, los períodos culturales duren quinientos años, con subperíodos de trescientos; explicando la incongruencia en el carácter transitivo de estos, ajustando su mayor o menos en la estabilidad. Esto es al menos en el caso occidental, estructurado en el comercio y la razón desde la era arcaica, con el cataclismo minoico; explicando la postmodernidad en el siglo XX, como decadencia del esplendor moderno, resuelto desde el siglo XV.

Esa fatalidad no es terrible sino curiosa, señalando a la emergencia de un nuevo desarrollo, en su ajuste de la realidad; que determinada reflexivamente como humana en tanto cultura, la expone a la falencia de las estructuras culturales. La aplicación de la entropía a la cultura, no es entonces una metáfora, sino la expresión de su determinación estructural; que es trascendente, al partir de la potencia absoluta de toda la posibilidad de eso humano, para realizarse en su inmanencia.

Tania Bruguera
A eso se debería la falta de carácter que permea a la cultura moderna, determinada en la obscenidad del comercio; que no es la economía, sino la distorsión de esta por la banalidad del mimetismo seudo burgués, como falsa aristocracia. Obsérvese que se trata de seudo burguesía y no de burguesía propiamente dicho, porque carece del poder productivo de esta; dependiendo de esa falacia del comercialismo que distorsiona a la economía real, con el patetismo de su inconsistencia.

Es a eso que se debe la obscenidad del artista postmoderno, en el patetismo de su falso sentido de aristocracia; que es ya insostenible, porque el desarrollo emergente proviene de las ciencias, en un nuevo trascendentalismo. Partiendo de lo subatómico, esto pone fin al racionalismo, que tiene su génesis en el Idealismo platónico; recuperando el pragmatismo realista, vencido desde la supremacía cristiana con su falso humanismo, hasta esta franca obscenidad.

Antuán Rodríguez
Obsérvese esta contradicción, en la equivalencia con que estos artistas de hoy justifican su banalidad en el subjetivismo; cuando todas sus pretensiones van en contra del individuo, por su dependencia de la expresión política. No hay que equivocarse, esa dependencia no es existencial sino financiera, respondiendo a la distorsión económica; que siendo comercialista no puede ser humanista, mostrando la falacia de sus supuestas indagaciones sobre lo humano.

Los ejemplos pueden ser banales como el caso Cattelan, pero también obscenos, como el de Santiago Sierra; el artista español que repite lugares comunes de crítica social, literalmente sobre la espalda de las personas sobre las que reflexiona. Sin embargo, que un individuo alcance cotas inimaginables de obscenidad es también y apenas natural, no extraño; pero sí es más obsceno todavía es que algún artista se encandile con esa obscenidad, como si esta fuera estética.

Mauricio cattelan
Como hermenéutico, este sería uno de los equívocos que sustenta a la postmodernidad, perdido el rumbo surrealista; en una transición comenzada en el último cuarto del siglo XIX —salve maese Tain—, y que culmina a mediados del XX. Pero ya desde el segundo cuarto del mismo siglo XX, y de modo creciente, los artistas ya no hacen arte sino esforzarse por triunfar; lo que no sería delito, si no fuera por su distorsión del humanismo que proclama, en la obscenidad del esnobismo.

La obscenidad puede pasar desapercibida en ese afán de triunfo, tan seudo burgués como este seudo aristocrático; pero no para la persona obligada a lidiar con la falsa equivalencia moral, sustentada en la no menos falsa superioridad intelectual. Más que moral, como hermenéutico, el problema no sería sino otra expresión entonces del carácter entrópico de la postmodernidad; la obscenidad de cuyo arte sólo muestra la disonancia en que pierde relevancia, incapaz de participar del nuevo trascendentalismo.

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