No es que una buena parte de la literatura cubana escrita en Cuba —sobre todo la que “perpetran” los escritores más viejos— se haya vuelto aburrida. El asunto es que se ha transformado en una retórica sibilante, silenciosa, apropiándose de las cualidades de un arrullo adormecedor. Tantos años modulando las voces hasta los límites del susurro ha disuelto las mentes y entorpecido las bocas, lo oídos, las manos, los ha desfigurado al punto de hacerlos producir esperpentos similares bajo la facha de textos literarios, cuyos efectos secundarios están más cercanos a las sustancias soporíferas que al acto creativo.
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