La paradoja del comercio del libro
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Instituciones son las bibliotecas y los museos, pero no las grandes
editoriales, y esto incluso en proporción inversa a su tamaño; lo mismo
Alfaguara, Planeta que Norma —ponga usted el nombre—, son corporaciones, que
como tales distorsionan las relaciones de mercado haciendo bulling con su
gigantismo sobre los productores locales. Hay algo tremendamente inconsistente
en lamentar una decadencia de la cultura del libro y desear un éxito editorial
de esas dimensiones; sobre todo porque ese éxito, que es mediático, terminará
por robar la experiencia que hizo del escribir un acto grandioso. Don’t get it
wrong, el resentimiento no es necesariamente envidioso; hay algo de sentido
común en desear un crecimiento lento y de simples múltiplos antes que uno
atropellado y exponencial, algo que quizás sea modestia pero que es sobre todo
cautela.
Eso sí, los ejecutivos y técnicos de esas industrias no se diferencian de
los CEO’s de las grandes compañías que nos esquilman; y como Publix o Wallmart,
lo que le interesa es el crecimiento arrollador de las ventas, y ni siquiera
porque les interese de verdad sino porque viene marcado en las directivas que
obedecen. Si es cierto que hay un interés en fortalecer los mercados locales y
pequeños, este esfuerzo debería incluir también el editorial; tan sólo porque el
libro es también un objeto comercial, y a los únicos que les interesa hacer de
él un objeto de culto es a las corporaciones que viven de venderlo; y así, tal y como se
promueven los productos orgánicos debería promoverse cierta organicidad que
garantizara la legitimidad del producto que se consume, incluso en literatura.
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