El negrismo en Nicolás Guillén y el paradójico esplendor del Cristo
En la muerte de Luis
Carbonell
Polémico hasta el extremo, por la naturaleza de su
nombramiento como poeta nacional de Cuba, Nicolás Guillén es sin embargo una de
las figuras más legítimas de la literatura cubana; y también es trágica, como
las de los caballeros antiguos o el desfallecimiento del Cristo con la lanza de Longinos, por su valor sacrificial. El nombramiento mismo es risible, como los
esfuerzos que parió el ímpetu modernista en Iberoamérica; pues no es posible,
nunca, un poeta nacional, que en su puntualidad excluye grosero la
funcionalidad genérica de toda otra poética. De hecho, la exaltación misma de
lo poético, cuando insufla legitimidad a los procesos políticos, es algo
caricaturesco; remedando la unción eclesiástica sobre los puestos públicos,
hasta en esa infuncionalidad e insuficiencia que contiene hoy día, por
extemporánea. Los valores de Nicolás Guillén, son entonces de valor
estrictamente poéticos; no ya genéricamente literarios, y mucho menos críticos,
sino en esa pequeñez gloriosa de lo juglaresco.
En términos estéticos, la poesía de Nicolás Guillén ni siquiera puede relacionarse expresamente con la épica modernista, su más cercano en ese estilo; porque sus preocupaciones formales son otras, aunque el esfuerzo sí haya sido épico, conformándose por el signo de la contradicción. Pervive en él una vena juglar, que lo hace pródigo en amorosas redondillas y madrigales; en eso es modernista y alegre, y excelente y dramático, pero no hierático hasta el punto del nacionalismo estricto, como suele ocurrir con la poesía masculina del Modernismo. Ese otro valor proviene de su discurso, en el que es más intelectual que poeta, y por eso también menos creíble; pero, (gracias a Dios!, en lo que eso intelectual se concretaba como experimentación formal, y no exactamente discursivo.
En términos estéticos, la poesía de Nicolás Guillén ni siquiera puede relacionarse expresamente con la épica modernista, su más cercano en ese estilo; porque sus preocupaciones formales son otras, aunque el esfuerzo sí haya sido épico, conformándose por el signo de la contradicción. Pervive en él una vena juglar, que lo hace pródigo en amorosas redondillas y madrigales; en eso es modernista y alegre, y excelente y dramático, pero no hierático hasta el punto del nacionalismo estricto, como suele ocurrir con la poesía masculina del Modernismo. Ese otro valor proviene de su discurso, en el que es más intelectual que poeta, y por eso también menos creíble; pero, (gracias a Dios!, en lo que eso intelectual se concretaba como experimentación formal, y no exactamente discursivo.
En ese sentido, su esfuerzo es sólo un empuje más dentro de la
revolución experimental del Negrismo caribeño; con esa rara excepción de que él
era negro, o al menos se reconocía en ello, con la tremenda dificultad de ser
un mulato camagüeyano. Su negrismo, entonces, tiene un matiz poco menos teórico
que el de Ballagas, por poner sólo un ejemplo; pues aunque lo que pretendió el
movimiento era rescatar de la burla lo burlado en su dignidad, sólo lo pudo
hacer atribuyéndole seriedad, como en otra retorcedura teológica de las del
Catolicismo, intelectual.
Obvio, eso anterior no es nunca suficiente, como no lo ha
sido al Catolicismo, porque no muestra la faceta no burlesca de eso burlado;
aunque esa falencia era inevitable, porque el esfuerzo mismo, más oportunista
que oportuno, sólo aprovecha la casual fascinación intelectual con lo
primitivo, y es un primer esfuerzo. Sería esa contradicción la que prepare las
bases de lo posterior, que encuentra lo lírico y lo formal estricto de lo
negro, la negritud como verdadera estética; pero las escenas del cancionero
negro de Guillén, que suenan a Cante Hondo por lo curro, todavía recuerdan al Negro
Catedrático y a los cuadros de Landaluce. De todas formas no importa, porque
con esa atribución manipuladora habría sido que consiguiera la legitimidad,
siquiera alguna, torciendo el spot-light sobre el tramoyista; y será sobre eso
que Eugenio Hernández y Fulleda León logren su arqueología exquisita, por
ejemplo; y más aún, que Martínez Furé pueda demostrar la lírica africana,
incomprendida en el pésimo yoruba de los tambores litúrgicos, justo por sus
antologías de la poesía africana.
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Como esfuerzo poético, el negrismo de Guillén
sugiere entonces el fracaso, pues recuerda la humillación del teatro vernáculo, siguiendo
con ejemplos; pero eso tendría su sentido parabólico —y por tanto de alcance
real—, como en el fenómeno cristiano, donde el Cristo reina justo por su
derrota, y su poder proviene del significado de su humillación. Su valor es
crístico entonces, y respondería a la exigencia abusadora de Caifás, el sumo e
implacable sacerdote; cuya sentencia, iluminada como toda realidad, sólo es
comprensible para los que practican ritos sacrificiales, con aquello de que
conviene que muera uno para que se salve el pueblo.
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