El Banquete [frag.]
Fritz
había vivido bastante luego de la traición de Knetch, y tanto que nunca llegó a
morir; sino que un día descubrió que era incorpóreo, sólo un poco más pálido,
pero a causa del nuevo carácter nebuloso del que participaban hasta sus ropas
raídas. ¡Qué maravilloso el despertar del griego, al descubrir aún su
corporeidad detrás del agua como otra densidad también suya! —se dijo
tranquilo—; entonces es cierto que el alma no existe separada del cuerpo, sino
que es una condición del mismo que lo culmina y probablemente lo realice en su
estado más alto. Sí, gracias a Dios —dijo un joven igual de nebuloso, que
surgió al lado suyo con un círculo rojo tatuado en la tetilla izquierda—; pero,
por otra parte, no entiendo por qué eso sería tan importante. ¿Quién eres?, ¿de
dónde vienes? —preguntó Fritz ante el súbito de la aparición del otro, que como
un ego había llevado su reflexión donde las lindes en que Diana recibe a los
perros de Anteo desangrado—; ¿pero acaso sé yo mismo qué soy ahora para así
indagar tu sino?, ¿pues qué otra cosa si no sino condensado puede ser tu pálido
rostro jurgitado al lado mío?
Es
curioso —musitó Foción—, siempre movemos el eje de Maya con nosotros, sin
preguntarnos si con ello no distorsionamos su órbita y con ella numerosos
destinos; ahora entiendo la afirmación cabalística de los treinta y dos
perfectos, pues cómo si no con ellos corregir constante la tensión de tanto
forcejeo. Soy el otro, el vacío del que va a ser y que se ha perdido en sí, es
decir, en mí mismo; mi nombre es Foción, que evoca vacío y honduras, el surco
que mata o al menos intenta acabar al árbol con sus propios pies, y me he
perdido abrumado por la sobrenaturaleza, que invoqué sin pensar que su nombre
era Jiribilla, la faz de Dios que nos trueca como un diablillo africano que en
definitiva es. Aquí estoy, pues he de esperar a que el que será sea por fin en
la materia sofronética, y aceptándome se erotice de tanta plenitud que disfrute
de mi amor; que es su propia sabiduría escondida, pues soy la oquedad del
universo que fabrica el vacío justo para que quepa. Tú, sin dudas, eres Fritz
el bueno, el incandescente, el más difamado de
los castalios y probablemente el
único que era castalio de cierto; astro giratorio enamorado del satélite
misteriosamente a ti regalado. Tu dios, el que te creó, a qué dudarlo, no era Dios
sino un demiurgo, pues sólo un usurpante puede recorrer los caminos de forma
inversa sin percibirlo; ya que la soberbia es como esos anteojos que uno se
coloca al revés para ver a los antípodas como antipáticos. Sí, tienes razón
—dijo Fritz—, soy el Tegularius, el que más sufriera la caída de Castalia,
porque era la traición de Knetch, es decir, su desamor; como una liviandad que
desconoce el espeso dedo de Dios, que es Eros y se diluye a sí mismo en la sola
sonrisa de Psique.
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