Elogio grande por mí mismo
Yo soy el ofendido, el ultrajado, el vendido
Por sus hermanos celosos y mezquinos;
el que lo ha perdido todo, al que todo
se lo han quitado con esa fiereza cruel
de la debilidad y el miedo ante la grandeza.
Mi madre ha ascendido como el incienso,
pero todos sabemos que la misa es vana;
ella permanece en la misma oración que le eleva
aferrada al fiel, que sabe su amor.
Oh, yo, el que creció entre hombres
maravillosos y negros, brillantes y bellos,
anunciados por fanfarrias de oro
—que desplegaban sus porvenires púrpura
como la sangre de los antepasados—
pero que luego mostraron la espalda hueca
de santos de madera del templo.
¡Ay, nada duele tanto como la traición
de negros que roban a los negros
el tesoro preciado que acariciaban;
pero yo soy también el más fuerte,
el que persiste atravesando ese dolor
del vacío, perenne más aterrado
de tanta luz.
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