El
modernismo mostró la madurez de una tradición literaria ya americana, pero a
una España desfasada de Europa; algo que comenzaría por la conversión distinta
de los godos al arrianismo y catolicismo, pero reforzada por el muro alto de
los pirineos. Por eso, aunque no como causal, el progreso del modernismo
europeo no respondía a problemas españoles; que eran distintos de los europeos,
por más que envolvieran también el romanticismo y la ilustración.
No
sólo los pirineos imponían otra dinámica, el canal de la mancha era también un
muro muy alto; y tras este, lejos incluso de los excesos franceses de tras los
pirineos, el romanticismo se aquietaba. Este aquietamiento era sin dudas otro
modernismo, aunque no nacido de los tormentos románticos; sino que surgido
directamente del naturalismo que diera base a ese romanticismo, tenía otra
materia.
Hay
que tener en cuenta que en su evolución los estilos favorecen unas formas sobre
otras, y ofrecen especialidades; como fuerzas enemigas que negocian áreas de
influencia, más o menos como ocurriera políticamente en Yalta. El Manierismo se
dio en la pintura, como el naturalismo inglés, y el Barroco sobre todo en la
arquitectura; pero el neoclasicismo avanzó sus fuerzas en la literatura del
Barroco, y no dio chance literario a la torcedura rocambolesca del rococó.
Así,
la narrativa inglesa puede haber funcionado como la distención de sus tensiones
románticas; que escapaban de este modo al dramatismo intenso de la Germanía y
sus contradicciones civiles. En cualquier caso, el aquietamiento inglés de la
narrativa avanzaría los objetivos del postmodernismo americano; cuando la
poesía femenina esquiva la retórica masculina y se hace realista en sus
propósitos, con la urgencia sexual como ficción objetiva.
En
la Inglaterra victoriana, donde el clima es otro, ya estaba incluso el
precedente de Jane Austen; que es la gema más preciosa de su corona, pero no la
única, como cimiento de toda una tradición. Sir Walter Scott reina en el drama
histórico, como los modernistas americanos en el heroísmo y el carácter
nacional; junto a Austen, Susan Ferrier, Frances Burney y otras aportan una
perspectiva femenina a la reflexión existencial que resuelve la literatura.
En
ese medio surgen las hermanas Brontë, culminando una tradición que era madura
desde el nacimiento; pero dando forma a algo que, aunque retiene la compulsión
romántica del momento, no es propiamente romántico. La literatura de las Brontë
posee un orden y sentido tan fuertes, que se plantearía como naturalista antes que
romántica; no importa que mantenga el caudal, porque de eso es de lo que se
trata una eficacia realista, no en la pretensión histórica sino en el
encausamiento de ese caudal.
En
este naturalismo, los temas son románticos, como el caudal de que en definitiva
se trata como la vida; pero es en el tratamiento en lo que se distingue, en esa
superación constante de la contradicción antes que en la fatalidad con que esta
se imponga. Esa es la diferencia y no es poca, porque ese tremendismo de los
alemanes surge del exceso de los franceses; cuyo realismo es otra pretensión,
imposible de alcanzar en la ineficiencia del drama histórico al que se sujeta.
Esto
es importante, pues ese es el momento culminante de la estructura social en sus
protocolos funcionales; cuyos excesos provocarán la rebelión de género en el
siglo XX, pero como un proceso comenzado en la apoteosis del XVIII. Esas
mujeres, como las modernistas americanas, se rebelarán a la marcialidad
masculina y hablarán del mundo real; que se diferencia del de esa marcialidad
por el reconocimiento del carácter compulsivo de los actos humanos, en la
urgencia sexual.
Ese
sería el aporte de los románticos alemanes, con su salvajismo aparente, que en
verdad era amanerado; porque los alemanes se enfrentaban al no menos aparente
pragmatismo de los realistas franceses, con su interés neoclásico en lo
histórico. Ese no era el caso en Inglaterra ni en España, donde el romanticismo
tuvo otros derroteros y hasta decadencia; pero como un conflicto que sólo aflorará
con cierta demora en las Américas, y eso en las hispánicas; porque responde a
ese desfase extraño, que introdujo la alucinación de un monje ante las
pretensiones políticas del catolicismo.