Monday, May 30, 2022

Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez, la encrucijada negra de Cuba

 "A menudo, cuando algo comienza por algún motivo en una generación y llega a la tercera, las personas han olvidado por qué comenzaron a hacerlo, y queda inculcado en los rituales de la vida. Ahí es donde estamos como negros".

William Graham Sumner

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Como en Du Bois y Washington, Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez nunca se enfrentaron directamente; antes bien, es la historia la que los ha enfrentado, a partir de sus respectivos desarrollos políticos, ciertamente contrastables. No obstante, el hecho de que siendo contemporáneos no se enfrentaran nunca, significa que estas posiciones suyas no eran mutuamente excluyentes; lo que es grave, porque en esta exclusión a partir de mitos históricos, los negros cubanos han perdido un gran referente, también histórico.

La alusión a mítica no es gratuita, se refiere a la historia de los cien años de lucha de la revolución cubana; que es la leyenda dorada con que esta se justifica a sí misma, apropiándose de ese pasado heroico y fundacional. El problema no es el mito, sino su efecto sobre los negros, como sector entero de la cultura y la sociedad nacional; pues ha eliminado ese referente magnífico que es Morúa Delgado, como base para una tradición de pensamiento negro.

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Primero, la leyenda de los cien años de lucha es un mito, porque la guerra de independencia terminó en 1998; no importa cual fuera su resultado final, incluso el interregno de la primera república, bajo ocupación norteamericana. El salto de la caída de Santiago de Cuba a la generación del centenario es una manipulación, incluso típica; parecida en ese sentido a la  de la Libertad guiando al pueblo en la segunda comuna, con los símbolos de la primera.

Igual, eso es materia propia de la historia nacional, no de la escisión que lastra la integración racial en Cuba; un fenómeno ya complejo de por sí, por cuanto no ocurre en las formas virulentas del segregacionismo norteamericano; pero que no obstante es hasta más efectivo en el caso cubano, porque consigue condicionar definitivamente esa integración. Eso es lo que ocurre con la masacre de 1912, disolviendo en una supuesta culpa histórica la figura magnífica de Morúa Delgado; que como Booker T. Washington en los Estados Unidos, sólo propugnaba un mayor pragmatismo político.

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La mitología nacional es tan sinuosa, que tampoco contrasta las figuras de Morúa y Juan Gualberto directamente; sino sólo ensalzando la del último junto a la de Estenoz, que es la que contradice a la de Morúa, con el alzamiento. Curiosamente la figura de Estenoz, como la de todo negro que integra el panteón cubano, es un arquetipo tradicional de heroísmo; que junto a la revolución haitiana se alza como determinación última y condicionamiento, para todo intento de legitimación política.

Falta aún esclarecer el significado y alcance de esa enmienda en la historia de Cuba, más allá de su manipulación interesada; ese tampoco es el problema aquí, sino la eliminación —cualquiera que sea el motivo— del pilar y base misma de una tradición de pensamiento negro. No es casual que, en contraste con cualquier otro negro del panteón cubano, Morúa no es primeramente un héroe clásico; sino que, a pesar incluso de un intenso activismo en el movimiento independentista, es sobre todo un político y un pensador.

Se trata quizás del único caso de un negro que descuella como pensador y político, no en base a un pasado heroico; incluso si posee ese pasado, en forma al menos suficiente sino descollante, ante los titanes que lo acompañaban. Los negros cubanos no pueden darse el lujo de esta carencia, porque —como se ha visto— no han podido suplirla con nada; pues Morúa es el padre iniciático de esa tradición, que clama aún desde su potencia absoluta, llorando por los enfrentamientos que la realicen.

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