Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez, la encrucijada negra de Cuba
"A menudo, cuando algo comienza por algún motivo en una generación y llega a la tercera, las personas han olvidado por qué comenzaron a hacerlo, y queda inculcado en los rituales de la vida. Ahí es donde estamos como negros".
William Graham Sumner
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La alusión a mítica no es gratuita,
se refiere a la historia de los cien años de lucha de la revolución cubana; que
es la leyenda dorada con que esta se justifica a sí misma, apropiándose de ese
pasado heroico y fundacional. El problema no es el mito, sino su efecto sobre los
negros, como sector entero de la cultura y la sociedad nacional; pues ha eliminado
ese referente magnífico que es Morúa Delgado, como base para una tradición de
pensamiento negro.
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Igual, eso es materia propia de la
historia nacional, no de la escisión que lastra la integración racial en Cuba;
un fenómeno ya complejo de por sí, por cuanto no ocurre en las formas
virulentas del segregacionismo norteamericano; pero que no obstante es hasta
más efectivo en el caso cubano, porque consigue condicionar definitivamente esa
integración. Eso es lo que ocurre con la masacre de 1912, disolviendo en una
supuesta culpa histórica la figura magnífica de Morúa Delgado; que como Booker
T. Washington en los Estados Unidos, sólo propugnaba un mayor pragmatismo
político.
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Falta aún esclarecer el significado
y alcance de esa enmienda en la historia de Cuba, más allá de su manipulación
interesada; ese tampoco es el problema aquí, sino la eliminación —cualquiera
que sea el motivo— del pilar y base misma de una tradición de pensamiento negro.
No es casual que, en contraste con cualquier otro negro del panteón cubano,
Morúa no es primeramente un héroe clásico; sino que, a pesar incluso de un
intenso activismo en el movimiento independentista, es sobre todo un político y
un pensador.
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