René Depestre, o el comunismo contra la Negritud
Jean Prince-Mars resuelve en su antropología la
contradicción haitiana, lógica en su surgimiento de la crisis francesa;
apostando por un mestizaje político, que no respondía ni con mucho a su realidad
cultural, como tampoco en Cuba. Como todo el mundo reconoce, en su naturaleza
cultural, eso es la base de la Negritud como proyección política; y su
consistencia es peligrosa como alternativa al desarrollo entrópico de
Occidente, dirigiéndose a su propia apoteosis.
Desde este punto de vista, la Negritud haitiana es un
fenómeno políticamente apropiado por el liberalismo occidental; no nacido de
este, como en el caso norteamericano, que responde al mismo determinismo
político de esta entropía; o en el caso de su extensión africana, donde se
apoya en el pensamiento anticolonial de ese liberalismo. Por eso también esa
peligrosidad y mayor eficacia suya, respondiendo a sus propias contradicciones
y no externas; o la segunda vertiente del caso norteamericao[1],
en el que sólo es una alternativa —sin dudas más pragmática— al idealismo
original.
Hay un error cuando Depestre cita a Fanón, y
probablemente de Fanón en su definición original de la Negritud; que para Fanón
era la reacción del hombre negro ante su ostracismo por el blanco, cantándose y
admirándose a sí mismo[2].
Eso puede formar parte precisamente del Bovarismo que denuncia Mars, pero tiene
todavía un profundo sentido; sólo que existencial, porque resuelve en la
reflexión estética su comprensión singular de la realidad, como cultura.
No se trata de una extensión de ese Bovarismo, sino
del espacio lógico creado por este, en su función reflexivo; de modo que Mars —y
la Negritud como su espacio— no es un genio sino una apoteosis lógica de lo
negro americano. Eso es lo que escapa a Depestre, que se adentra así en las
dificultades del país ajeno como propio, en la condición proletaria; pero
cuando él mismo no es un proletario, sino que participa del elitismo
intelectual que usurpa esa representación del proletariado; y peor aún, porque
deviene en la máscara negra que asume el espíritu blanco, en esa expansión de
su entropía.
La ilusión de que el negro esté dotado de una
naturaleza particular, se referiría primero a su marginalidad política; e
inmediatamente ahí, a esta como reservorio de su singularidad cosmológica,
definida por el contraste. Este es el suplemento espiritual que necesita ese
Occidente, como el arcoíris de su propia poética[3],
aunque lo desconozca; sólo que no en esa inconsistencia del bucle dialéctico
que es el paraíso proletario, distópico cono toda utopía forzada en la
historia.
Lo que ocurre ahí es la divergencia de interese y
sentido, entre el liberalismo y la negritud, que explican a cada uno; pero que
ya estaba expuesta por Sartre en el Orfeo negro, y que era lógico en su
blanquitud, pero que ahora asumido por el negro. El conflicto es siempre de esa
ontología defectuosa, sólo que ahora más ríspido en su incomprensión de la
burguesía; pero por ese defecto onto hermenéutico del Idealismo Trascendental
en que nace el liberalismo, incluso en su teoría marxista.
El defecto, proveniente de la dialéctica, consiste en
el determinismo económico, reduciendo la cultura a lo social; pero en lo que se
subordina la potestad individual al colectivo, desde el imperativo kantiano a
la dialéctica hegeliana. La cultura como realidad histórica y en tanto humana,
trasciende este determinismo en las relaciones funcionales con que se
estructura; y el capital no es sólo financiero sino también espiritual, como el
conjunto de recursos con que se resuelve la existencia.
Eso es lo que hace al defecto de occidente ontológico
hermenéutico, propio de su comprensión de lo real; y eso es lo que puede suplir
el desarrollo alternativo de la Negritud como referente político, en su
espiritualidad. La restauración de la cultura, de ese desastre antropológico
provocado por la apoteosis humanista, corrigiendo ese defecto; como de hecho lo
postula la belga Liyan Kestekoot —citada por el mismo Depestre[4]—,
aludiendo a ese mismo restauracionismo.
[1] . Se refiere a la estrategia de
acomodamiento de Booker t. Washington, en su Compromiso de Atlanta.
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