Wednesday, October 22, 2025

Catarsis

Ay algo fabuloso en las series televisivas chinas, que repiten sus caracteres saltando inalterable de dinastía en dinastía; todos con esos gestos falsos y en cliché, que recuerdan sus teatros de máscaras, no importa su modernidad. El arte de la actuación en China, parece haber avanzado con reluctancia al realismo dramático del occidental; como si supieran —ya casados en su arcaísmo— que de trata de una Vuelta de rueda, para morir en el extrañamiento.

Ese descubrimiento inusitado del teatro postmoderno, es sin dudas lo que explica la eficacia del histrionismo clásico; que no es privative de China sino recurrente en su función cultural, pero asesinado en el Oeste por Aristóteles. Por supuesto, Aristóteles era un filósofo y no un artista, así que no perdería su tiempo en la eficacia de la forma; él se dirige al sentido, reclamándole una función intelectual que rebasar y aplasta a la de la forma, que no reconoce.

No por gusto la estética moderna recula, con la misma reluctancia del teatro chino, al Realismo trascendental; que es platónico y no aristotélico, porque el de Aristóteles es inmanencial, esquivando la tensión binaria. De hecho, pareciera que el Idealismo surge en Platón, pero por la forma en que lo interpreta Aristóteles; no postulado por sí mismo, sino adjudicado en la crítica del otro, en intuiciones ciertas, pero también excesivas.

A pesar de todo, el arte ha rito siempre en Occidente el corsé de la lógica, para explayarse en figuraciones gloriosa; como aquella de la Ópera, aspirando a la performance naturalista pero no realistas de los clásicos, con sus máscaras. El problema está en esa función reflexiva y no discursive del arte, que es lo que ignora el maestro estagirio; porque el discurso no es formal nunca, aunque acuda a la forma, sino esencialista en la racionalidad de su funcionalismo.

No es asombroso que sea Aristóteles y no Platón el que escriba tratados de estética, porque él no hace estética; es Platón el que ejecuta los actos, en esa reflexión continua sobre la forma, no sobre la improbable substancia. Aclárese, la substancia es más que improbable imposible, pero tiene sentido como representación… formal; porque alude al entramado de relaciones que estructura al fenómeno, imposible de apreciar en su minuciosidad.

Como con esa fábula de las series chinas, la racionalidad de Occidente no puede comprender esa función reflexiva; y ya antes de Descartes, el determinismo político prohibió la eficiencia poética de los evangelios apócrifos. Especialmente denostado es el Evangelio de Nicodemo, basado en el mismo principio de la inerrancia bíblica; como si esa inerrancia fuera histórica y no de sentido, en la inefabilidad del escritor al que se le atribuye el libro.

Esa es la cuestión del arte en general, salvado en esa frivolidad astuta de una industria dedicada al entretenimiento; que sólo es entretenimiento a los ojos modernos, porque nunca fue tan productivo el ocio como antes de la Modernidad. No se trata de un conservadurismo vicioso en lo ideológico, sino racional en tanto existencial y no político; que es la paradoja profunda al magisterio postmoderno, más aún que la otra falsa de Zenón y Aquiles y la tortuga.

La actuación china es como los carros voladores del Mahabarata, que todos sospechamos significan otra cosa; o como Homero —improbable como Cristo rescatando a Adam— amonestando al pueblo en la belleza del verso. Esa es la diferencia, no es que el discurso sea bello sino que es la belleza la que habla, en esa suficiencia que la adensa; no por la racionalidad de un discurso, sino por la de una experiencia empática, en la misma catarsis del de Estagira.

No es entonces que la catarsis no tenga sentido, sino que no se la comprende en la función de su hiper racionalidad; como esa sublimación que nos hace partículas entrelazadas, en un universo abierto al sentido que le demos. Resulta así que el arte, como muestra el histrionismo de las series chinas, es nuestra apropiación del mundo; el cumplimiento del mandato de Dios, en una naturaleza superponiendo su tejido sutil sobre lo real, en un simple gesto.


Monday, October 20, 2025

Coda a la danza de lo real en la historia china

La tensión tricotómica se daría en la revolución china, al determinarse como suceso cultural en tanto histórico; condensando en la rebelión de los turbantes amarillos, el cosmos disperso que se ha adensado desde la crisis de Qin. Recuérdese que la caída de Qin se daría en el levantamiento del margen, alimentado por los residuos de su política; que de tan restrictiva, empuja hacia una potencia disfuncional a su fuerza productiva, que confluye en Han. 

La dinastía Han se forma así con ese residuo, pero su propia corrupción progresiva la lleva a las mismas constricciones; de modo que genera los mismos residuos, aunque también la capacidad de contenerlos, sofocando sus rebeliones. El problema es que ya esto queda como una dinámica de desarrollo, por la que esos residuos se acumulan en el margen; hasta que a la altura misma de Han, en su imperio medio, ya tiene densidad suficiente para la autorreferencia.

Es ahí que sucede la rebelión de los turbantes amarillos, como primera condensación del arquetipo en su potencia; que atravesando las contradicciones históricas de la sucesión dinástica, forma esa teleología del misticismo Maitreya. Ya esto es un arquetipo completo, con poder en principio referencial, pero finalmente determinante sobre la realidad; que es lo que alimenta al comunismo chino, en su vocación incluso de campesinado en vez de proletariado. 

La contradicción del comunismo chino con el ruso, no gira sólo en torno a la devoción estalinista que la dispara; sino que es una cuestión cosmológica, como la razón misma que hizo incomprensible a Stalin entre los rusos. Lo que no se percibe aquí, es que Stalin respondía al trascendentalismo ruso, que difiere en todo del occidental; porque proviene de la transferencia mongola, en la invasión paralela del Rus y la China Song, ajenos a Occidente. 

El trascendentalismo occidental es funcionalmente el mismo que el de Oriente, pero se realiza en otros modos; dificultado en la potencia constante del individuo en el comercio, tiene que esperar a la pretensión cristiana de universalidad. De esa pretensión cristiana de universalidad viene el trascendentalismo de Occidente, concretado en Alemania; respondiendo así a las dificultades occidentales, en esa recurrencia individualista que desconoce el Oriente. 

De ahí la comprensión entre Stalin —el tártaro salvaje— y los chinos, y el distanciamiento con Trotsky y Lenin; que provenientes de los devaneos filosóficos de Occidente, desconocían la centralidad ontológica de la tierra. De ahí también la extraña variante peruana, que amenazó al occidentalismo en las Américas con esa centralidad; porque no dependía de la locura personal de l’état c-est moi en la ilusión industrial, sino de la tierra, el alimento. 


Tricotomía y Trialéctica, danza de lo real en la historia china

Respondiendo a tensiones tricotómicas, por su determinación cultural, la historia no discurriría en línea recta; y el ejemplo mejor sería la asombrosa historia de China, como un río que pliega y despliega sus sedimentos. El ejemplo parte del fundador, el Qin Shi Huang de férreo orden y legalismo absoluto, que no solo construyó un imperio; sino que condensó un campo de energía social, que absorbió y también desplazó capas de realidad marginal.

Allí, en los márgenes de la centralización, se acumuló un poder latente, con el que primero se reorganiza Qin; en esa restructuración con que la dinastía Han corrige sus excesos, sólo para establecer los suyos propios. Han absorbió así sin duda esa dispersión, pero también generó otra, en esa circularidad del vicio recurrente; y desde Han, cada ciclo dinástico superpondría capas de marginalidad, como tensiones que persisten en el campesino.

Estos remanentes, ignorados por la mirada de la estructura, adquieren poco a poco su densidad y autonomía; y devienen en un universo en sí mismos, como un caos primigenio que interactúa con la estructura imperial. En una dinámica de contracción y dilatación, por las sucesivas rebeliones, esto genera pulsaciones de auge y declive; que devienen el latido histórico, que realiza lo real no en dualidades, sino en tricotomías de estructura, margen y mediación.

En esta dinámica, la Sociedad del Loto Blanco surge como condensación de los remanentes en una conciencia; sus enseñanzas, su misticismo milenarista y sus rituales centralizados, son la densidad ideológica de esa energía. Cada célula local, cada grupo marginal, se sincroniza no por obediencia ciega, sino por resonancia de la doctrina; como partículas alineándose en un campo invisible de cohesión, van cobrando forma, en la expresión política.

La rebelión de los Turbantes Rojos es entonces la materialización de este flujo, como descenso de energía acumulada; que se dirige hacia el mundo tangible, en un despliegue de potencia que ya no puede ser absorbido por la estructura. El milenarismo de Maitreya cumple aquí la función del corazón que armoniza, el principio que da coherencia al flujo; sin él, el caos marginal y la rigidez estructural quedarían en conflicto estéril, dicotómicos y dialécticos a perpetuidad; y con él, la energía de esa marginalidad se canaliza, proyectando su densidad ideológica en la revolución china.

La historia, vista así, no es sucesión de causas lineales, sino danza morfodinámica de tensiones acumuladas; donde cada ciclo deja un remanente que se organizarse y proyecta, en las insospechadas formas de lo histórico. Lo real no es así una confrontación binaria sino una tricotomía de tensiones que se suceden y superponen unas a otras; el imperio que estructura, la marginalidad que desafía y la mediación que armoniza, todo en una función histórica.

Cada rebelión es una resonancia de este esquema, un eco que reproduce la interacción fundamental de estructura; y en esta luz, la historia imperial china se revela como un organismo vivo y fractal, que respira en ciclos calmos. No es que ese animal monstruoso y bello no conozca la muerte, sino que la muerte tiene que invadir esa majestad; para salir en un resoplido final, en los borbotones de sangre de esa revolución, que es ya la muerte de la hermosa China.

Eso no es un problema moral, sino la recurrencia misma del ciclo vital, por el que Mao es el reverso de Qin Shi Huang; exponiendo el país, como la pradera industrial de la dinastía Song, a la violencia externa que lo redetermina. Recuérdese, fue el esplendor de Song lo que no pudo rechazar el empuja brutal de Kublai Kan, instaurando a Yuan; como a la inversa, es el desgarramiento de la guerra lo que expone al país a la violencia japonesa, para terminarlo todo.

Ya desde Mao, China sólo puede integrarse lentamente al mundo, sincronizando con este su vieja maquinaria; y desde entonces tendrá problemas inusitados al imperio, como la presión del capitalismo y la democracia. No se trata de Taiwán, apenas remanente Ming, destinado a la absorción cuando agote la presión de Estados Unidos; pero sí la floración sangrienta de Tiananmen, que recuerda aquella rebelión primera de los turbantes amarillos; fundamento místico de la Sociedad del Loto Blanco, que se proyecta a la revolución en la rebelión de los turbantes rojos.

Wednesday, October 15, 2025

Introducción a la Nueva África

En La Isla que se repite, Antonio Benítez Rojo describe los espacios teleológicos que pueblan la literatura caribeña; que no son exclusivos de esta cultural, sino que aquí encuentran la eficacia del Realismo, en su función trascendental. En efecto, el valor teleológico se extiende de la bíblica Jerusalén celeste a la Utopía de Platón y Tomás Moro; y proviene incluso de los inframundos y los cielos que hacen bullen en las cosmologíasaunque realistas en estas. 

Sin dudasantes de la abstracción total del monoteísmo, la religión era práctica y natural, sin el defecto idealista; que desarrolla a medida que se hace abstracta, y sustituye en eso esta función práctica, con la teleológica. Esto ocurrirá en el último estadio del politeísmocuando concentra los arquetipos por sus funciones, en el henoteísmosublimando el espacio teológico, no ya como referente sino determinante existencial, que deviene político. 

Sería por la fatiga del Idealismo que surja el Realismo, pero no penetrando la fortaleza convencional del idealismo; sino en la marginalidad del arte, donde la literatura ofrece su instrumentalidad epistemológica a la reflexión existencial. Tampoco en Europa, donde Occidente rinde el arte a esa misma convencionalidad, sino al margen en que se extiende; y donde la experiencia ofrece su propia instrumentalidad epistemológica, a esa reflexividad existencial de la experiencia. 

En todo eso, lo africano no encontrará un espacio de convencionalidad propia, por falta de instrumentos políticos; no importa sí permea la estructura cultural, como el agua que reblandece las pretensiones en piedra del Barroco. De ahí esa subrepticiedad de la Nueva África, que sin embargo exhibe la naturaleza histórica que falta a las otras; no ya en la eficacia reflexiva del realismo, sino en la praxis misma de la vida, que se adensa en el desarrollo. 

Nueva África aflora como una revelación, en la inmediatez del que despierta un día a su propia realidad existencial; no como la aspiración de los cristianos, que es todavía teleológica, sino en la lógica misma de esa existencia. Nueva África es histórica, porque responde a la misma expansión de Occidenteque la arrastra en su fatalidad histórica; y pudo condensarse gracias a su marginalidad por lo anglosajón, por la ambigüedad hispánicaque relativiza esa marginación. 

En realidad, es la porosidad de la frontera anglo-hispana lo que permite está condensación, encausando la fluencia; que de un lugar al otro gana en densidad, hasta revolverse en sí misma, con un alcance ontológico y existencial. En este sentido, crece en una colonización progresiva en esa marginalidad, desde el sudeste norteamericano; pero se arma cosmológicamente en el Caribe, integrando esa estructura occidental, negrizándola en su progresión.  

El resultado es una estructura africana, pero con recursos epistémicos occidentales, que la interpretan y adecuan; sin que por ello puedan afectarla en su propia naturaleza práctica, en tanto experiencial, sino sólo realizarla. Eso tiene por supuesto una expresión política, que sin embargo no consigue subordinarla, sino que la hace subrepticia; en lo que está consigue retener sus valores y funciones propios, hasta madurar en una cultura políticamente suficiente y madura. 

Sólo falta la cuestión del lenguaje común, que sintetice ese cosmos unificado desde su misma función práctica; y que no necesita de una maduración lingüística, como en los casos clásicos de Dante, Cervantes y Shakespeare; porque ya estos habrían cumplido la función exponencial del pensamiento, en la poesía como reflexión existencialAhora, el estadio culminante estaría en la reflexión misma, que ya está exponenciada, por la imagen que propicia; y que era lo que le faltaba en la función anterior, en que era sólo instrumental y no objeto último por su magnificencia. 

Nueva África surge así, como el agua que inunda el pastizal y sube de nivel, creando el otro mundo sobre la tierra; un lugar de negros —más allá de la piel— en la cosmología, como hermenéutica final que organiza la vida. Es el espacio final, que asume los espacios teleológicos como barrios de imaginación, atados a su infraestructura; que es política, pero primaria y funcional, sin el elitismo grosero con que los modernos destruyeron el mundo. 

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