Saturday, May 8, 2010

Cleaning City-I

La Paradoja


Hay una paradoja —como siempre— en los juegos de víctima y victimario, que no desconoce lo erótico; y es que nadie que desate el furor en su contra puede ser inocente, algo hay de placer visceral en él que provoca al contrario. Sólo que —y ahí lo paradójico— la maldad no estaría necesariamente en la maldad, sino en la persistencia; ese saber la tecla que hace saltar al otro como a un muñeco, y sencillamente mantener el dedo sobre ella. Después de todo, es sabido que ninguna ciudad existe; existen los que la hacen, sus habitantes, que son los que le dan consistencia. Así, la prepotencia, la arrogancia y la obstinación de un artista no son distintas de la de una comerciante que se erige en valor literario por la bolsa que promete y no entrega, o un editor que maneja un medio público como su coto privado.

Es el conjunto el que establece los parámetros, el que decide qué se puede lograr y que no; y en ese sentido, el contracorriente suele ser un snob que se divierte desatando iras con su suficiencia. El contracorriente sabe que todas las moscas del mundo no pueden estar equivocadas, sólo que piensan como moscas; por eso la mierda les parece buena, pero sería absurdo que quiera ser mosca también, si de hecho no está en su naturaleza. De ahí, entonces, que mantenga su distancia y sólo las observe en sus precarios vuelos; son ellas quienes persisten en zumbarle en los oídos, prometiéndole suculentos banquetes de mierda, a los que responde con su mueca de asco.

En realidad, en los juegos de víctima y victimario la víctima suele ser el agresor, que se agrede a sí mismo; aunque, claro, tamaño nivel de sutilezas lo hace pasar desapercibido a la ciudad, que persiste en la supuesta eficacia de su maldad. La belleza está en la parábola, descubriendo su alcance paradojal; que envidia del mismo Zenón parecería, con aquello de que "Mientras más se eleve el águila, más se hundirá el gusano por alcanzarla".

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