Saturday, May 22, 2010

La política cómica-II

El embrujo, o pura dialética

Por Ignacio T. Granados
Es la tesis la que produce su misma antítesis, y entre ambas
procrean esta síntesis de la historia asqueante.
Super Marx

Hay algo sin dudas llamativo en esa atracción cuasi fatal que tiene lo político sobre los creadores, que no es ajena al impacto mediático; al menos si se tiene en cuenta que, como fenómeno, se enraíza en las estrategias de los medios periodísticos desde mitad del siglo XX. Entre las mitologías del arte, en definitiva, sobresale el de la sublimidad ideológica; desconociendo o esquivando la finesse del gusto de los mismos nazis, que arramblaron con cuanto arte se encontraron en el camino; y casi que sólo oían a músicos clásicos, o dieron lugar a dramas y otros mitos prodigiosos como Mata Hari, Lili Marlen o Cabaret, el super musical.

Ya desde la guerra de Viet-Nam Jane Fonda pudo escandalizar al público norteamericano con una sola foto; pero ella provenía del fastuoso Hollywood, a su vez relacionado con Broadway, y confluía en el poder de la prensa; que además, dio en llamarse "El cuarto poder" en vez de "El contrapoder", como avisando las corrupciones que seguirían. Así, no es extraño que como gremio, esta misma fascinación que parece natural afecte a toda una generación; formada, por demás, en el nuevo scholasticismo de la Vanguardia institucional —sí, es un contrasentido, de eso se trata—, que no se atreve a violentar los cánones de lo bien hecho.

Tratándose de Cuba hay que añadir la grave contradicción estructural con que deforma a las personas; sumidas en un anonimato forzoso y permanente, sin otra posibilidad para aflorar como individuos que el disentimiento. Hasta ahí no debería haber problemas, salvo que la solución se busca entonces por shortcuts; es decir, por vías cortas, veredas antes que caminos. A un igualitarismo espantoso, entonces, se añade la visibilidad impactante de un tema legítimo; no importa que se deslegitime, porque inevitablemente cae en la manipulación y el fraude. Esas son cosas demasiado sutiles, que sólo personas inteligentes pueden ver, no la chusma diligente presta a la vociferación y al acto de repudio; y además, conlleva la segunda legitimidad, algo espuria pero cierta, de esa catarsis en que todo parece cierto y obvio desde la divinidad del Cristo, que nadie sabe lo que significa.

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