Mapa dibujado por un espía
Por Mario A. Adolfo Martí Pérez
Entre los textos inéditos dejados por
Guillermo Cabrera Infante al morir, está Mapa dibujado por un espía; una
autobiografía novelada, en la que el autor narra su retorno a Cuba, siendo
agregado cultural de la embajada del país en Bélgica. El libro describe una
Cuba en la que ya es posible el empobrecimiento de la población y los temores
ante la represión política; la contrainteligencia, controlada por Barbarroja (Manuel
Piñeiro Losada), se dedicaba a remodelar el Ministerio de Relaciones
Exteriores, en el que ya Roa y su gente no tenían importancia
La idea era construir una especie de Agencia
Central de Inteligencia (CIA) cubana, con la cobertura diplomática; eso no
quiere decir que pretendían que todos los diplomáticos cubanos fueran espías
profesionales, pero si dominar ese organismo. Para eso tenían que desmontar el
servicio exterior de gente con pensamiento independiente, irreclutable según
sus parámetros; primero los intelectuales, que eran en su mayoría agregados
culturales.
Un intelectual, por definición no es
confiable para un centro de espionaje; y en esa depuración cayó mucha gente,
Adolfo Martí (mi padre), César López, Pablo Armando Fernández y Guillermo
Cabrera Infante, entre otros muchos. Se llamó a consulta a decenas de
diplomáticos, y se les dejó en Cuba con pretextos burdos; que muchas veces
terminaban en procesos groseros, y sobre todo traumáticos.
El libro no puede ser considerado
literatura cainiana en sentido estricto, o no está a la altura de otros
textos del autor; no es Tres tristes tigres o La Habana para un
infante difunto, es un descuidado relato de vivencias; como una panorámica
desde balcón de su apartamento de lujo, sobre La Habana en 1965; esa mirada particular
de su autor sobre un mundo en erupción, que de algún modo recuerda a Memorias
del subdesarrollo.
Existe una enorme contradicción, entre los
recuerdos del escritor y los de otro del común, sobre aquella Habana de 1965;
no porque una de las dos partes mienta, sino simplemente porque la ven desde
ángulos opuestos. Cabrera Infante llegó a una Habana deslumbrante de fines del
cuarenta, y a base de talento evolucionó como un huracán; de residente en un
solar de la calzada de Zulueta a escritor de éxito, que podía comprar una
propiedad horizontal en el edificio de 23 y M, el recién inaugurado Seguro
Médico; manejaba un auto convertible del año y disfrutaba de todo lo humano y
divino de aquella ciudad de ensueño.
Para él todo en La Habana a la que regresaba
era, parafraseando a Neruda, naufragio revolucionario; para cualquier otro
también, pero era así mismo un mundo inconmensurable por descubrir, llena de
filin, sofisticación y misterio. Aun La Habana se negaba a morir, muchos apenas
subían la escalera que Caín (Cabrera Infante) bajaba; para esos, el cataclismo
fue la Ofensiva Revolucionaria de 1968, luego de la cual la ciudad sucumbió sin
dejar rastro visible hasta hoy en día.
Es, sin dudas, una lectura apasionante y
muy recomendable.