Monday, May 24, 2021

Crítica de la disidencia cubana

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 Una crítica de la disidencia interna en Cuba no es imprudente, sino que reflejaría una muy justificada frustración; porque estaría reaccionando al mismo chantaje del gobierno cubano, que cree que puede esperarlo todo sin mostrar resultados. Iría siendo hora ya de superar la adolescencia simbolista y la retórica inflamación, y mostrar algún pragmatismo; porque no es de desagradecidos ver las manchas del sol, sino pura objetividad racional y prudencia, después de la experiencia de la historia nacional.

No importan los pronunciamientos de la disidencia en Cuba, reclamando la libertad de Lui Manuel Otero Alcántara; su impotencia ante la inmpunidad del gobierno nace de su distanciamiento de la realidad popular, inmersos en su elitismo. Han sido elitistas siempre, dedicados a un cuestionamiento intelectual que la gente de la calle no reconoce como su realidad; se han dedicado a alimentar su propio prestigio especializado, tratando de competir con la influencia internacional del gobierno, que de moral sólo tiene la retórica.

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Quien piense que el gobierno cubano ha podido mantenerse en su lugar por una postura desafiante, es ingenuo; no sólo tiene en contra la evidencia del intervencionismo internacional, sino incluso la corrupción rampante de ese gobierno. El prestigio del gobierno cubano no ha sido alimentado con supremacía moral, sino comprado con puras manipulaciones y ambigüedades; a las que sólo se puede sobreponer un movimiento que cree ascendiente popular, identificándose —al fin alguien— con ese pueblo que dice representar.

No importa cuán alto acusen al gobierno de sus atrocidades, porque todo eso es discurso vacío y retórico; le falta la consistencia de un pueblo que lo valide con su participación, para que esa representatividad sea real. Eso es lo que falla, y es grave, porque si muere Luis Manuel o queda descontinuado, todo sigue igual; el Instituto Hanna Arendt seguirá consiguiendo subvenciones y otorgando premios, de valor tan plástico como sus performances; Estado de Sats seguirá convocando sus conferencias y demostraciones teóricas, como tras la muerte de Osvaldo Payá, al que dejó solo.

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Ahora habrá actividades, lecturas poéticas y performances, que desnudarían la crueldad del gobierno cubano; como si esa crueldad no hubiera sido evidente desde antes, durante y después de la presidencia de Cuba sobre los No Alineados. Todas esas actividades no harán sino justificar las subvenciones —o la productividad— del próximo año fiscal, y todos los saben; porque se trata de un juego de intereses, en que la gente real sólo puede participar como víctima colateral.

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Hoy se llama a los negros cubanos a comprometerse por su igual, como si se tratara de un problema racial; que se niega en toda otra circunstancia, alegando un mestizaje que parece que es sólo político de tan vacío. Peor aún, usan la tragedia alrededor de Alcántara para deslegitimar los reclamos de los negros norteamericanos; en un acto de cinismo terrible, aunque más porque responde a obstinación y prepotencia, no a inteligencia.

Quien piense que la gente de la calle no se da cuenta de eso, no sólo es ingenuo sino también obstinado en esa ingenuidad; y esa sería la razón de esa persistente falta de respaldo e identificación, como si se olieran que se trata de más de lo mismo. Para que les crean, no pueden hacer más de lo mismo, no ya mostrar esa valentía y arrojo que ya no conmueven; sino generar alguna consistencia, que se traduciría en resultados más prácticos y objetivos que la queja recurrente.

El único caso de implosión popular del antiguo campo socialista, no fue Rumania sino Polonia, con un movimiento sindical y no intelectual; el resto, como la Glasnost Soviética, fue un periodismo que terminaría legitimando a Vladimir Putin, desde la debilidad de Yeltsin, y eso la gente en Cuba lo sabe. De ahí el escepticismo, ante un movimiento tan vital como el de San Isidro, que debe haber aprendido su lección; y reconociendo su naturaleza marginal —y en ello verdaderamente popular— distanciarse igualmente de esa retórica.


Sunday, May 23, 2021

El caso Alcántara, exilio y disidencia

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  Sobre el caso Alcántara, ahora las mismas élites que lo dejaron sólo lo esgrimen en interés propio; no es casual que estén mayormente integradas por blancos, siquiera funcionales, ni que lo blandan igual de distantes. Lo usan para deslegitimar el discurso de los movimientos negros norteamericanos, a los que reclaman la solidaridad con el régimen cubano; pero con la misma manipulación que atribuyen al elitismo liberal sobre esos movimientos, como mujeres que se ripian por un zapato nuevo.

El movimiento negro norteamericano tiene sus problemas, tal y como esos exiliados cubanos que los critican; harían mejor en ocuparse cada uno de los suyos, con lo que incluso podrían resolver el otro que los ocupa. En efecto, ese exilio tradicional es el culpable del apoyo de los negros norteamericanos al gobierno cubano; al mantener la marginalidad de los negros cubanos que se atrevan a exhibir cierta independencia de criterio entre ellos, sin plegarse a su favor condicionado.

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El grupo doblemente marginal de los negros exiliados cubanos podrían haber ganado ese ascendiente; que corrigiendo un problema histórico cubano, podría haberse revertido en una solución definitiva para los problemas comunes. En vez de eso, han preferido dedicarse a su propia trascendencia individual, asegurados a la suficiencia moral de su causa; olvidan que como el aché, lo único que hace falta para perderla es tenerla.

Luis Manuel Alcántara no ha muerto aún y ya los carroñeros le circulan, tratando de arrancar la primera tira; tal y como hicieron con Osvaldo Payá y Laura Pollán, que murieron víctimas del gobierno pero también de su soledad. En efecto, si el gobierno cubano fue agresivo y cruel, la disidencia organizada en Cuba no es menos culpable; cuando se destaca una figura capaz de nuclear en la identidad los intereses generales, quedan solos y expuestos a esa impunidad.

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Es una disidencia que clama por la salvación del pueblo, con el mismo distanciamiento del Salvador tradicional; algo que ya el pueblo cubano conoce y ha sufrido lo suficiente, como para mantener la misma distancia. Desgraciadamente los cubanos en general no gustamos de la historia, que tanto podría enseñarnos; como ese cinismo del pueblo, al que constantemente acusan de cobarde y corrupto, como si eso contribuyera en algo.

Primero, es incomprensible esa dialéctica, por la que alguien espera el reconocimiento ofendiendo; pero además, como si no se tratara de una proyección, que la gente real en la vida real puede oler muy bien y a distancia. De ahí esa falta de ascendiente popular, remarcada por la práctica que tienen de dedicarse a prosperar y otorgarse premios entre sí; dejando en la palestra a la gente que tiene que poner la carne de cañón, como siempre ha sido y parece que siempre será.

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El cinismo del pueblo cubano es la misma prudencia que alejara a los negros de la política republicana desde la masacre de 1912; dejando sólo unos pocos creyendo en la ingenuamente en el partido comunista, ahora desembozado como más de lo mismo. Esa desconfianza inicial es la que muy pocas veces se ha tratado de enmendar, con el resultado de esos mártires; que no son sólo víctimas del gobierno, sino (como ya se dijo) de esa soledad de corredor de fondo en que lo dejan.

Ciertamente, nadie tiene el derecho de reclamar lo que no hace por sí mismo, pero al menos sí el de protestar; al menos como reacción ante ese vicio, que se repite las mismas determinaciones del estancamiento. El revival de la disidencia lo trajo el Movimiento San Isidro, colgado de la marginalidad de sus miembros; no del deseo aparente de integrar las filas institucionales, da lo mismo si oficiales que disidentes, sino en la espontaneidad.

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Es por eso por lo que, no más emigran (sobre lo que no diré nada) caen en los grupos depredadores del exilio cultural; que los toma como token, para exhibir su diversidad condicionada, mientras cobran sus propias subvenciones gubernamentales. Sobre eso mismo, todos esgrimen la necesidad de la subvención, sin dares cuenta de que por ahí mismo entra la fuerza que los corrompe; no sólo por la conseja bíblica de los dos patrones, en que uno roba la atención y el esfuerzo del otro.


Friday, May 21, 2021

White privilege (El problema del resentimiento)

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Uno de los conceptos más álgidos y esgrimidos en las últimas controversias políticas es el de privilegio racial; que no siempre tiene el sentido positivo de la acusación, aunque este sea el más común, sino también otro negativo, más efectivo. Según este último una raza no estaría mayormente expuesta a determinado problema, careciendo por ello de la posibilidad de comprenderlo o hasta percibirlo; que sería la base en que se legitima el resentimiento, y este a su vez como muestra de la lucha de clases en que se organiza la sociedad.

El resentimiento es obviamente un elemento político, y ha de ser entendido en la dinámica estructural de la sociedad; sobre todo desde que fuera impuesto —no sólo reconocido— por la hermenéutica marxista, con su concepto de dialéctica y lucha de clases. Primero, el concepto marxista se basa en la falacia de la contradicción como principio dialéctico, que es reductivo; ya que dado que el objeto final es la estructura misma de la sociedad, las relaciones en que se concreta han de ser complementarias antes que contradictorias.

En tanto sistema hermenéutico, el marxismo tiene tantos problemas como el cristianismo, y es igual de contradictorio; más allá de eso, esta función del resentimiento como expresión de la lucha de clases es errónea y reductivo. Parte del principio de que la burguesía, como clase privilegiada, no tiene los mismos problemas que la clase proletaria; lo cual es sólo relativamente cierto, pero no en el sentido de que como clase no tenga problemas propios, tan graves como esos del proletariado, sólo que distintos.

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De hecho, la burguesía y el proletariado comparten un abanico de problemas comunes, de suyo existenciales; dado por el interés común en el desarrollo existencial, que ambos desarrollarán con sus propios recursos. Es esta diferencia la que ciega a uno respecto a los problemas del otro, haciéndolo incapaz de comprenderlos; no sólo a la burguesía respecto al proletariado, sino también a la inversa, así como al complejo abanico en que se relacionan.

En efecto, la misma abstracción de la sociedad entre una clase burguesa y otra proletaria es reductiva por principio; desconociendo que en tanto absolutos, esos conceptos sólo tienen valor referencial y consistencia lógica; pero no una consistencia propia, que los defina fuera de la relación que mantienen entre sí, y que los hace complementarios. Esta inconsistencia introducirá el elemento corruptivo, que crea bucles hermenéuticos a todo lo largo de la estructura; con la derivación de una falsa burguesía desde las élites profesionales, que así terminan por perder su identidad de clase; no ya con la penetración natural e la burguesía, como su propio desarrollo, sino su estancamiento en el clientelismo.

El resentimiento no es la explicación de este proceso de corrupción, que es dialéctico, sino su función política; ya que el resentimiento tiene una existencia propia, pero como subproducto natural de esas contradicciones estructurales. Es pues este uso del mismo lo que produce la distorsión, al atribuirle esa función de redeterminación política; que siendo propia de la fuerza se hace inconsistente y compulsiva, como disrupción de toda la organización social.

 

Tuesday, May 11, 2021

Acerca del White Marxism y el Black Jacobinism

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 Un error típico al momento de entender los problemas políticos, es el de reducirlos a sus principios funcionales; es decir, plantearlos en abstracto, sin tener en cuenta las peculiaridades funcionales que lo estructuran. Así, un caso de increíble ingenuidad política es el del Black Jacobin, tratando de superar los problemas del llamado white Marxism; es decir, un llamado a las élites marxistas, para que reconozcan los problemas de identidad de los negros en ese ámbito político.

Sin embargo, más que esta resalta la otra ingenuidad, que reconoce tácitamente la existencia de dichas élites; reduciendo el problema a uno de cuotas de representación, antes que de participación efectiva y natural. El problema está en que para que esa integración efectiva, tendría primero que todo ser natural y espontánea; no porque los marxistas no estén afectados por los problemas de racismo, sino porque podrían superarlos en la naturaleza misma de su trabajo.

Ese es el objeto de la interseccionalidad, que introduce el tema de la identidad, no sólo racial sino en todos sus sentidos; que es además como debe ser, a menos que se trate de la raza como una especialidad, que es la base misma del problema racial. Además de eso, el esfuerzo es todavía ingenuo, si es que —permítase la duda— auténtico de hecho, más allá de su interés teórico; ya que si a estas alturas de la apoteosis del Marxismo como referente político, tiene ese tipo de problema, siquiera teóricamente, algo anda muy mal a su interior.

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La pertinencia de este problema quiere decir que los negros, como toda minoría identitaria, han sido usados; algo que nace desde el chantaje moral con que el Surrealismo condicionó su legitimidad, desde el segundo manifiesto. Ese es el problema que subyace aquí, y es insuperable porque es de naturaleza, determinando todo desarrollo posterior; haciendo que a los negros —como a toda otra minoría identitaria— les sea imposible reclamar efectivamente ese reconocimiento, sin poner en peligro su propia legitimidad.

El problema es de naturaleza, porque las alianzas son siempre estratégicas en lo político, y basadas en la fuerza; no en el uso y subordinación de una parte por la otra, sino en el reconocimiento de una comunidad de intereses. Por eso, la esencia del problema permanece en que un White marxism tenga esa potestad de reconocerlo o no; y de que aún tenga la posibilidad de seguir sin reconocerlo, aunque sea como la más torpe de sus decisiones; porque se trata de una exclusión hasta por principios, en que la parte negra sigue siendo subordinada, en ese bucle hermenéutico tan típico del Marxismo que no lo puede reconocer.

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La negritud nace como fenómeno en la exaltación intelectual de la izquierda europea, más francesa aún que racional; y desde entonces no le ha permitido el desarrollo de su propia singularidad, reduciéndola a su mera fuerza de choque. La prueba está en el mismo caso cubano, como un desarrollo peculiar de ese White marxism, que usa lo negro como fuerza de choque; pero manteniendo a sus intelectuales negros al margen de estos esfuerzos de influir en el fenómeno negro norteamericano; a menos que sea como aquella curiosidad antropológica que deslumbrara a los surrealistas, y que los negros han pagado tan cara.

Eso se entiende, porque lo que le interesa al estado cubano es su propio diferendo con los Estados Unidos; y es hasta lógico que usen todos los recursos a su alcance con tal fin, porque en eso consiste la política. Pero sí es increíble que los negros norteamericanos mantengan esa relación tan dispar, de la que nada sacan; y esa utilidad es la que los subordina a esos intereses, de un estado mayoritariamente blanco y cuya población negra padece una depauperación especial.

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White marxism
es insistir en esa sublimación, que sólo reconoce los problemas en tanto teóricos y moralmente acordes; porque esa ha sido la característica desde que corrompió la esencia de su misma cultura, al tratar de atajar la depauperación de su imperio con el cristianismo. 
Desde entonces y hasta su última manifestación en el Marxismo, es esa supremacía la que está detrás de todo conflicto; pero una supremacía que no es sólo racial (White) sino sobre todo intelectual y arrogante en ese suprematismo.

Sólo una acción de fuerza, en que lo negro asuma su perfecta singularidad identitaria —más allá del colorismo formal— podrá negociar efectivamente; porque con esto demostraría que no depende de una legitimación política fuera de su propia realidad, con un gesto de suficiencia. Pero para eso los negros tendrían que buscar en sí mismos esas referencias, y poder existir al margen de los blanco —incluso si marxista— con suficiencia; algo que ya ha comenzado a desarrollarse, aunque los movimientos tenues de un pensamiento original que no teme a los estigmas de renunciar al Marxismo.

Thursday, May 6, 2021

Política y prosperidad

 La política y la prosperidad son dos cosas tan distintas que no deben ni contradecirse, al menos en principio; sólo que los principios son abstractos, no reales, y es sólo por eso desconocen la contradicción alevosa. En realidad, el ser humano no es equilibrado sino compulsivo, y su racionalidad sólo justifica (explica sus compulsiones; no las determina, que sería el único modo en que los principios podrían cumplirse rigurosa y naturalmente.

Una conseja bíblica dice que nadie puede servir a dos amos, pues traicionará a uno en favor del otro; explicando que no se debe a un problema moral de lealtad, sino de capacidad e intereses, siempre personales. Es decir, el ser humano actúa en función de sus intereses, que satisface en orden de prioridad; pero en una tensión en que siempre se impone la más inmediata sobre la menos inmediata, la más práctica sobre la menos práctica. Eso no es gratuito, sino que es el modo en que se resuelve la existencia de modo natural; como una determinación que trasciende lo humano, y que tampoco por gusto ha quedado codificada en todos los sistemas morales.

Por supuesto, la pretensión de que esto se puede obviar proviene de la misma soberbia del espiritualismo; que arribara a la modernidad identificando a la Razón con el Espíritu que los separaría de lo animal, como racionalismo. Pero eso explica la sistemática corrupción de los políticos, no más separan en su especialización funcional; desarrollando intereses propios, que bien pronto los distingue del resto de los mortales por los que dice luchar.

De ahí la extraña paradoja de que sólo los burgueses se dedican a la lucha por los pobres, no los pobres mismos; y ni siquiera los burgueses de primera generación, que tuvieron que esforzarse a la acumulación de capital; sino los de la segunda generación, que desconociendo ese esfuerzo y sin necesidades reales deben crearlas, para cubrir su vacío existencial. Los pobres tienen demasiados problemas inmediatos para ir tras abstracciones, y esa es la razón de que deban ser convencidos de estas; y luego aún deben ser vigilados, para que no abusen de un sistema que se torció como principio para su supuesta protección.

No es que toda esa distorsión se pueda evitar, pero sí sirve para comprender la naturaleza del problema; que es como único se puede arreglar, evitando a esa segunda generación burguesa el vicio de sus abstracciones. También, para reconocer al futuro demagogo en el carismático líder que prospera mientras lucha por los otros; y que no se da cuenta de cómo repite los vicios que critica, hasta invocando el mismo principio de la superioridad moral.

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