Crítica de la disidencia cubana
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Una crítica de la disidencia interna en Cuba no es imprudente, sino que reflejaría una muy justificada frustración; porque estaría reaccionando al mismo chantaje del gobierno cubano, que cree que puede esperarlo todo sin mostrar resultados. Iría siendo hora ya de superar la adolescencia simbolista y la retórica inflamación, y mostrar algún pragmatismo; porque no es de desagradecidos ver las manchas del sol, sino pura objetividad racional y prudencia, después de la experiencia de la historia nacional.
No importan los pronunciamientos de la disidencia en Cuba, reclamando la
libertad de Lui Manuel Otero Alcántara; su impotencia ante la inmpunidad del
gobierno nace de su distanciamiento de la realidad popular, inmersos en su
elitismo. Han sido elitistas siempre, dedicados a un cuestionamiento intelectual
que la gente de la calle no reconoce como su realidad; se han dedicado a
alimentar su propio prestigio especializado, tratando de competir con la
influencia internacional del gobierno, que de moral sólo tiene la retórica.
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No importa cuán alto acusen al gobierno de sus atrocidades, porque todo eso
es discurso vacío y retórico; le falta la consistencia de un pueblo que lo
valide con su participación, para que esa representatividad sea real. Eso es lo
que falla, y es grave, porque si muere Luis Manuel o queda descontinuado, todo
sigue igual; el Instituto Hanna Arendt seguirá consiguiendo subvenciones y otorgando
premios, de valor tan plástico como sus performances; Estado de Sats seguirá
convocando sus conferencias y demostraciones teóricas, como tras la muerte de
Osvaldo Payá, al que dejó solo.
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Quien piense que la gente de la calle no se da cuenta de eso, no sólo es
ingenuo sino también obstinado en esa ingenuidad; y esa sería la razón de esa
persistente falta de respaldo e identificación, como si se olieran que se trata
de más de lo mismo. Para que les crean, no pueden hacer más de lo mismo, no ya
mostrar esa valentía y arrojo que ya no conmueven; sino generar alguna
consistencia, que se traduciría en resultados más prácticos y objetivos que la
queja recurrente.
El único caso de implosión popular del antiguo campo socialista, no fue
Rumania sino Polonia, con un movimiento sindical y no intelectual; el
resto, como la Glasnost Soviética, fue un periodismo que terminaría legitimando
a Vladimir Putin, desde la debilidad de Yeltsin, y eso la gente en Cuba lo
sabe. De ahí el escepticismo, ante un movimiento tan vital como el de San
Isidro, que debe haber aprendido su lección; y reconociendo su naturaleza
marginal —y en ello verdaderamente popular— distanciarse igualmente de esa
retórica.