Sunday, October 19, 2014

Tratado acerca de la novela


Jorge Volpi hace una defensa banal y en ella defectuosa de la novela, los venerables Milán Kundera y Leonardo Padura se encargan de hacer esa defensa más coherente y positiva; no sólo eso, sino que de hecho la justifican en una funcionalidad que la hacen indispensable a la vida moderna en esa positividad. Demasiado directa y racional esa positividad, sin embargo, pareciera ser otra falacia, como toda justificación; esto, no importa la estatura real de sus postuladores, establecida además por el pragmatismo mayor del mercado, que es siempre confiable en tanto representaría los intereses reales del consumidor, que es la persona real. En verdad, la confiabilidad del mercado es conocidamente sesgada, en tanto este no es ya una transacción directa y positiva; sino que respondiendo a manipulaciones de mercadeo, moldea al consumidor en sus necesidades, imponiéndole unas innecesarias sobre otras imperativas. De ahí la desconfianza por todo lo que se sostenga en discursos, que al final responden a las necesidades del mercado; porque en perspectiva se trataría incluso de otra manipulación, a la que se habrían prestado esos postuladores en la exacerbación del ego por el éxito aparente. Se trata en esos casos de la defensa del estilo de vida y no de la probidad del producto, que en definitiva sostiene al autor; y que por ello lo engarza a un sistema cuya crítica tiende a hacerse ineficaz, justo por la otra eficacia de estas manipulaciones del mercado.

La prueba de eso estaría en el carácter fuertemente ético y no estético de las reflexiones que proponen, que es lo que hace que sus estéticas sean funcionales; lo que en detrimento de la objetividad del esteticismo, velará sin embargo la eficacia verdadera de esa reflexión, desviándola del alcance ontológico para centrarla en lo político. Es en eso en lo que radica su carácter manipulador, por el que en definitiva sólo justifica la existencia de esas instituciones que así postula; no importa si la ética que propone resulta obvia y prístina en su racionalidad, como todas las elaboraciones modernas, que han producido no pocos horrores. La novela después de todo es un producto moderno, al menos en la madurez en que se la conoce hoy día; lejos ya de la ingenuidad de los post trágicos griegos, cuando la poesía lírica y la narrativa se impusieron al teatro y la épica con sus dramas positivos. Fue la modernidad la que le impuso este funcionalismo, justo con el surgimiento de la institucionalidad política de la cultura y el racionalismo; que si bien tuvieron frutos probos, se debe a que todo en tanto real es de alcances positivos y negativo en partes iguales, dependiendo el peso mayor de la parte que se enfrenta.


No obstante, frente a esa racionalidad de la novela moderna y su espíritu crítico hubo una opción más contemplativa y con ello esteticista; fue el drama romántico, que desligado de la inmediatez de lo político proponía una reflexión de carácter más ontológico, y con ello más efectiva también. Con eso, la novela de hecho retornaba sobre el valor analógico de la reflexión cognitiva, que era la calidad del antropomorfismo representativo; cuya derivación en el sentido recto del pensamiento racional dio lugar a la filosofía como una práctica reflexiva posterior al arte, en una función de suyo contraria —por la objetividad—como ya se la representaba en los panteones antiguos. La decadencia de la novela moderna es inevitable con la postmodernidad, no importa lo que diga Volpi; lo que además responderá a los ciclos naturales de toda evolución, a la que se niegan los estamentos exitosos de cada período —con lo que resultan conservadores—; pero frente a ellos ya habrá habido precursores que se atrevieron en las redacciones imposibles de la nueva ficción, en que se rescata aquella la antinovela francesa como el ensayo borgiano, o la estética incomprensible aún en su reivindicacionismo reflexivo de Lezama Lima

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