Sermón para Stephen Hawking
Con toda esa autoridad que le corresponde en
tanto una de las inteligencias más agudas de la humanidad en estos momentos, el
superfísico Stephen Hawking ya postuló la inexistencia de Dios; lo que de
novedoso sólo tiene la autoridad, aunque tampoco es eso poco, si corona en
apoteosis la tradición científica del ateísmo. El único problema con el
postulado es que Hawking es físico —probablemente el mejor— y el concepto de
Dios es metafísico; es decir, que la única autoridad de Hawking al respecto —que
no es poca— sería la que le otorgue el sentido común, con la consistencia de
una lógica avezada en la prueba y el error. Aún así, la naturaleza tan distinta
entre el objeto y el sujeto del postulado insistirá en introducir la malhadada y
persistente duda; algo así como de si no es de poco sentido común hacer
postulados apodícticos respecto a objetos tan distintos del propio que le
resultan contrarios, y puestos a ver hasta contradictorios.
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En realidad, la persistencia del ateísmo suele
ser tan reductiva como el fanatismo religioso al que se enfrenta; lo que no es
extraño sino recurrente, para asombro de todo el que se asome a este debate que
antecede incluso al de los universales, olvidado en su inutilidad. A estas
alturas debería saltar a la vista que referido un fenómeno como sobrenatural se
alude entonces a una cualidad suya de sobreposición a lo natural; que aludirá
entonces a la determinación de eso natural, y cuya representación —en tanto
objeto de conocimiento— ha de hacerse en formas naturales. Eso explicaría de
paso la fascinante monstruosidad de la imaginación premoderna, que sin sonrojos imponía alas y nimbos como los
antiguos ponían cuernos y otras anomalías anatómicas; es decir, para así
representar cualidades como la ubicuidad, la extrema velocidad, la
descomunalidad del poder, o el nivel de abstracción (pureza).
Que a los científicos de hoy les falte
imaginación para lidiar con eso es triste y descorazonador, y seguro
decepcionaría a sus sagaces precursores; pues esos sí que tuvieron imaginación
para saltarse el muro de la profusa imaginación religiosa e intuir que el mundo
físico tenía explicaciones inmediatas y físicas; misma imaginación que no
tienen estos para imaginar que este complejísimo de híper determinación de lo
físico en lo físico se podría haber representado en una cualidad metafísica.
Después de todo, y teniendo en cuenta la relatividad de las
cosas, pudieron
haber visto que el pensamiento primitivo era práctico e inmediato; no sólo que
su facultad abstractiva era de corte antropomorfista sino que su materia misma
era utilitarista, y por tanto poco dada a la noción de periodicidad de los
elementos químicos o de los estados propios de la naturaleza. Nada más natural
que en cuanto el pensamiento humano alcance la madurez sufici8ente se detenga
en esos tópicos, pero que por lo mismo no lo haga antes de tener esa madurez;
que al fin y al cabo se trata siempre de la masa crítica que hasta poetas
contemporáneos pueden abstraer en metáforas atrevidas como esa de una cantidad
hechizada, por sólo poner otro simple ejemplo. Obvio, el problema aquí es que
Hawking no es poeta, lo que ya destilaría una sutil y pérfida desconfianza ante
la sutileza de su conocimiento sobre física; porque si aún en la contemplación
de esa vastedad que es el universo no puede acceder al valor abstractivo
necesario para sistematizarlo más allá de lo físicamente —¿Qué es una abstracción?—,
su agudeza sería más tópica y snob que efectiva…
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…por eso Dios es siempre más grande
bendito sea su nombre
por siempre!
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