Tuesday, July 27, 2021

El problema con BLM y la oposición cubana

Las confrontaciones políticas suelen ser reductivas, y por tanto no aprovechan la ductilidad filosófica de las ideologías; que si bien se sostienen siempre en una base dogmática, inevitablemente crecen en la reflexión individual de los adoctrinados. Este es el caso de la contradicción, para los negros cubanos, del movimiento estadounidense Black Lives Mater (BLM); que subordinado a la proyección política externa del gobierno cubano —como el nacionalismo puertorriqueño—, va en contra de los intereses del pueblo cubano.

Eso sería incluso más grave, si se tiene en cuenta el nivel de mestizaje y la proporción de población negra en Cuba; que contrario a los Estados Unidos, aunque todavía racista en su estructura cultural, era integracionista, no segregacionista. Sin embargo, es una contradicción aparente y superficial, que se atiene al juego marcado por el gobierno cubano en esa proyección internacional; en la que los negros vuelven a ser las víctimas, esta vez de una ideología que se ha caracterizado por usarlos siempre como pieza de cambio.

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Así, desde tan temprano como el liderazgo de Lenin, el comunismo se planteó esta manipulación de los negros; en principio, puede que hasta con un interés genuino en su base humanística, pero ya ladino a la altura de Stalin; cuando la Internacional Comunista dedicó incluso un presupuesto, para la creación de una nación negra en los Estados Unidos. Nada de esto, no obstante, niega la legitimidad del movimiento BLM, incluso si desde su inicio mismo tiene esta proyección desestabilizadora; porque la necesidad política que plantea está ahí, a despecho de cualquier otro interés humanista, como el de los Derechos Civiles en Cuba.

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Que la confrontación sea contradictoria de inicio a fin no significa que no tenga explicación, ni culpa los cubanos; porque si el gobierno cubano ha podido desarrollar esta influencia sobre los negros estadounidenses, es por negligencia de su exilio y oposición. Lo más inefectivo en política es apuntar a las culpas del enemigo, que tiene su propio sistema moral alterno y es inmune al de quien lo acusa; y lo más efectivo, contrario a eso, es la empatía que entiende sus razones y muestra la comunidad de intereses, por encima de cualquier manipulación.

Tanto el exilio como la oposición medio organizada en Cuba son culpables de este desdén, que los sólo les devuelven; porque hasta ahora han sido cómplices, callando ante la incapacidad de los Estados Unidos para resolver sus problemas raciales. Más escandalosamente aún, han secundado la negación viciosa de todo problema de este tipo, a pesar de la evidencia en este sentido; incapaces de reconocer incluso el ascendiente racista en su propia tradición, que no por menos virulento es menos cierto y doloroso.

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Toda confrontación política tiene excesos terribles y costosos, siempre de parte y parte, no de una sola parte; entre los negros estadounidenses se trata de esta alianza, que no es criminal sino torpe e improductiva, y ya pesa sobre todo su futuro. Tarde comprenderán que nunca han obtenido de ella más que la misma retórica vacía que el pueblo cubano, sin otro beneficio concreto; y entonces enfrentarán el desdén del pueblo cubano, al que traicionaron a nombre de una mera manipulación.

Pero por parte de ese exilio cubano y la oposición medio organizada en Cuba, está el enfrentamiento constante; que antes que la empatía ante estos reclamos, ha optado también por la solución de los tres monos, incluidos o especialmente sus negros. Es apenas natural que los negros norteamericanos se identifiquen con la retórica falsa del comunismo cubano, porque ellos mismos son presa de esa retórica; los cubanos, tanto del exilio como de la oposición medio organizada, hemos perdido en la misma estupidez la misma oportunidad para el desarrollo político.

De eso, desgraciadamente, ninguno podrá culpar al gobierno cubano, que en su cinismo sólo se ha aprovechado; y en eso ha sido más consistente que toda su oposición —medio organizada— y exilio, que sólo le siguen el juego. Antes que utilizar las partidas estadounidenses para la democracia en este tipo de proyecto útil e inteligente, los cubanos han preferido usarlas para alimentarse el ego; no que no sea legítimo, sino que sigue siendo el juego sucio del mismo régimen al que dicen oponerse, pero del que parecen sus mejores soldados.


Sunday, July 18, 2021

Los tres días que estremecieron al exilio cubano

Después de acusar al pueblo cubano de cobardía, su exilio no desafió la protección de las leyes estadounidenses; en vez de presentarse con sus embarcaciones en la isla, clamó por una intervención militar, en base a la crisis humanitaria, no exactamente política. Rusia, como era de esperarse, hizo una advertencia velada acerca de la situación; llamando a respetar la soberanía de los países independientes, ante la crítica situación del gobierno cubano.

Es difícil saber cuáles son los intereses de Estados Unidos con Cuba, no importa lo que parezca o muestre; más allá de eso, está claro que Estados Unidos no va a intervenir, pero no por miedo a una confrontación; sino porque una intervención, como un estado de cosas, daría la luz verde a Rusia con Ucrania, y a China con Taiwán. El exilio cubano podría tener eso claro, con tan sólo poner en perspectiva la situación política del mundo; pero no puede hacerlo, porque no ha creado pensamiento real ni capacidad de cabildeo político ni centros de estrategia; sólo ha alimentado la exaltación retórica y emocional; de eso vive, a través del ego —todos tenemos ego— de los disidentes, a los que corrompe.

En ese sentido, el exilio cubano podía haber copiado al polémico estado de Israel, con una estrategia inteligente; los cubanos gustan de identificarse con los judíos, pero a diferencia de ellos no viven en función de su país; su exilio se agota en el presupuesto que pueden quitar al gobierno norteamericano, defendiendo su legitimidad. Si hubieran alimentado eso, sus instituciones habrían sido más efectivas en esta circunstancia espectacular; habrían creado organismos de cabildeo real, y —mejor aún— habrían generado un liderazgo real, como alternativa creíble al gobierno actual.

Esas instituciones habrían podido desarmar el ascendiente político de Cuba en el problema racial norteamericano y nacional puertorriqueño; que se limita a la burda manipulación de su beligerancia, sin otros dividendos para ellos que la migaja de un apoyo moral y políticamente vacío. En vez de eso, lo más consistente que ha podido ofrecer es la cobertura completa de un par de influencers; que sazonadas con la falta de proyección y consistencia, ni en ese momento pueden evitar las puyas y ataques entre sí.

Por supuesto, copiando la reacción del gobierno que critican en Cuba, critican esto con llamados a la unidad; que a estas alturas deberían saber son retóricos y antinaturales, porque el valor real está en el disenso y la disfuncionalidad. Igual, ya se han pasado la vida copiando la institucionalidad ya mimética corrupta de la cultura revolucionaria cubana; han enfrentado la efectividad de la UNEAC con otra del exilio, que en su virtual repite la violencia y exclusión de la original, también con presupuesto político.

La buena noticia es la madurez del momentum cubano, más allá de la inconsistencia de ese exilio; dejando claro que no importa lo que demore, la situación evolucionará como mejor puedan ellos mismos, conscientes de su soledad. Otra buena noticia es el desvelado de la revolución Cuba, mostrando su crueldad e ineficacia; que rompiendo el mito de su romanticismo, destruye la supremacía moral en que se sostiene como sistema.

Eso no significa ningún cambio de la correlación de fuerzas tras el gobierno, sostenido por la manipulación; pero sí la pérdida de su poder retórico, y su misma capacidad de soporte político para su red de aliados en el mundo. Eso no es poca ganancia, y es bueno que venga de la misma capacidad de su población para enfrentar su circunstancia; el exilio seguirá esquilmando presupuestos del gobierno americano, con la corrupción de los opositores.

Eso no es importante, su destino como historia es convertirse en una nota de referencia menor en su intrascendencia; lo único importante es que el pueblo cubano ha girado en el torno de la dialéctica, entrando con su propio peso en su propio tiempo. Este pueblo nuevo incluso generará inevitablemente su propio exilio, con el que establecerá sus propias relaciones; será como un nuevo mundo para quien lo quiera explorar, sin el lastre de ese pasado que aún se atreve al chantaje en su ineficacia.

Saturday, July 10, 2021

Lecciones haitianas para la historia de Cuba

La violenta muerte del presidente Jovenel Moïse ha desatado muchas polémicas, sobre todo por la sorpresa; porque hay que reconocerlo, algo muy bien tiene que haber estado haciendo, cuando Haití ya no era noticia política. Eso quizás sea lo peor de esta violencia, no ya el asesinato en sí —que ya es grave— sino lo que anuncia; es decir, la reacción de unas fuerzas políticas, negadas al desarrollo y estructuración definitiva del país.

Entre las cosas que esto ha sacado a la luz, está la probable culpa de Jovenel tratando de perpetuarse en el poder; que si bien es un pecado casi endémico de la cultura política latinoamericana, no lo es de la anglo o la franco caribeña. Igual, es un problema recurrente en Haití, pero aún así sería el menor de los males que afectan la estabilidad del país; que está tan depauperado desde tan temprano en la historia de su independencia, que es absurdo pedirle madurez y sabiduría política.

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Para entender las contradicciones políticas haitianas hay que entender su historia, y ponerlas en perspectiva; porque Haití comenzó su independencia como un país económicamente exhausto, y con el futuro comprometido. Primero, no fue sólo la emigración masiva de los hacendados como clase productiva, sino la pérdida de sus mercados; porque esos hacendados eran los que poseían la posibilidad de colocar la producción haitiana en el mundo, y se la llevaron.

Eso precisamente habría exacerbado las exigencias autonómicas en Cuba, alimentando el contrabando oriental; que junto al desarrollo industrial de Occidente, por la relativamente reciente ocupación inglesa de la capital, definitivamente desplaza a Haití del horizonte. Eso, junto a un acuerdo de reparación impuesto por Francia a la inexperiencia en política internacional y su voluntad de terminar el conflicto; destinando los recursos al chantaje político de la antigua metrópoli, que ya había degradado la calidad de la tierra con sus técnicas exhaustivas de agricultura.

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Esperar que, desde la caída de Duvalier a la presidencia de Jovenel, el país adquiriera madurez política, es ingenuo; y esa lección es buena para las esperanzas de democracia para Cuba, con los ojos puestos en la excelencia política de Occidente. Primero, no puede esperarse de un país así la solidez de países como Suecia o Alemania; que los mismos Estados Unidos y Francia han mostrado dificultades para mantener, aparte de su suficiencia económica.

En Cuba, esa pretensión de excelencia ante la incapacidad de Estrada Palma, no tuvo en cuenta el conflicto del que nacía; y cambió administrador honesto por una turbamulta política, hasta la apoteosis de Gerardo Machado. Eso sentaría las bases para una tradición de violencia política y corrupción, que sólo se solucionaría con la revolución; un proceso tan violento y sistemáticamente corrupto, que terminaría por desestructurar al país, casi a los niveles de la independencia haitiana.

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Pensar que eso se solucionará con una transición de cuatro años, que concilien la beligerancia de su disidencia, es absurdo; más aún que ingenuo, haciendo más grave la culpa cubana —contrario al caso de Haití—, por la obstinación. Sin embargo, Cuba no va a aprender esta lección, sumida como está en la actualidad de su tragedia; sin pensar que ni es un caso único ni el más escandaloso, atrayendo resentimiento y cansancio antes que comprensión y solidaridad.

Un poco menos de soberbia nos enseñaría mucho, no sólo haciéndonos mejores por la compasión al prójimo; también porque nos permitiría comprenderles la historia, y poner la nuestra propia en perspectiva, enmendando errores. La inmadurez política no proviene sólo de la desestructuración económica del país, por grave que esta sea; también se forma en esa obstinación, que se niega a verse en ese espejo que es siempre la historia ajena, como en este caso de la muerte de Jovenel.



Saturday, July 3, 2021

Apropiaciones indebidas, de Jorge Enrique Rodríguez

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Es un libro que depara experiencias mixtas, pero no malas aunque sí sorpresivas por lo inesperado; porque tratándose de buena poesía, se reconoce en este la textura de su editora, tanto como del autor. Quizás no se trate de un ascendiente directo, sino de esa textura genérica que se extiende por la poesía de los 80’s; época en que brilla con su mejor resplandor la poesía de Reina María Rodríguez, puede que no sentando el derrotero —ya viejo— pero sí marcándolo como definitivo.

El problema ahí es que se trata de poesía de al menos dos generaciones posteriores, con una estética inamovible; que así, no importa lo buena que sea —la calidad es una obsesión estética cubana— pierde necesariamente eficacia, por lo común. Salvada esa dificultad, que ciertamente es menor, uno se encuentra con unas magníficas construcciones poéticas; que hasta tienen la virtud rara hoy día de la unidad dramática, como otro filón de esa reflexión trascendente y existencial en que deviene la poesía.

Jorge Enrique Rodríguez maneja un vocabulario acorde a sus pretensiones formales, otra rara virtud hoy día; que obviamente se debe a una formación sólida más que a su imaginación, ciertamente febril pero no desbocada. Esto depara una lectura fácil, que puede rechazar al lector no informado, con ese elitismo espontáneo pero también esnob de las nuevas generaciones; es todavía una opción estéticamente válida, aunque ya saca a la poesía del reino clásico de lo necesario, para dejarla en el mero gesto.

Quizás estos poemas se habrían beneficiado de una poda más concienzuda, que eliminara algo de su frondosidad; de modo que se pudiera disfrutar del esplendor de muchas de sus imágenes perfectas, ahora opacadas innecesariamente. Incluso en ese caso, sería difícil decidir cuáles imágenes dejar y cuáles eliminar, con esa pluma fría del buen editor; pero habría dejado un edificio más sólido en la sobriedad, en vez de este que puede resultar un poco abrumador, aunque todavía hermoso.

De los poemas de Jorge Enrique, lo mejor será el alcance existencial y la profundidad reflexiva en que se asientan; logrando transmitir una comprensión de la realidad por el alcance de estas imágenes, no por un discurso. Esa es la importancia de la buena poda, que permitiera una mejor claridad en un asunto ya de por sí oscuro; que es el problema que siempre ha tenido la poesía, tan mal entendido en las diatribas antiformalistas de los postmodernos.

No obstante, la experiencia está ahí para quien quiera y pueda acceder a ella, en una magnífica poesía; que incluso exhibe una madurez impensada, tratándose de una persona que no poda su imaginario. Lo salva esa no contención pero sí moderación, que va obviamente en el poder de su formación; como un lastre increíblemente precioso que lo salva cuando lo hunde, como un raro efecto de compensación.

Los etruscos no postulaban la perfección como los griegos, sino que apostaban al dramatismo de lo irregular; ese debe haber sido el candil de este libro, por sobre la unión del autor con sus editores, en el espíritu. Apropiaciones indebidas se ofrece así como una propuesta muy elaborada, pero todavía candorosa e ingenua; que aferrándose a la perfección pierde equilibrio, dejando ver lo mejor de ella en ese vértigo del pie que no encuentra donde posarse.

El autor es más conocido por su trabajo periodístico, como una sombra que amenazaba esta proyección poética; cuyo peligro de contaminación puede ser incluso el morbo que impulse a la compra, para depararnos una sorpresa feliz. No hay aquí ese trasiego de escritores inexpertos, que hacen periodismo en la poesía y viceversa; esto es un magnífico libro de poemas, que promete un futuro feliz al autor si se lo toma en serio, pero que igual ya vale la pena por sí mismo.



W.E. Du Bois, Booker T Washington y el compromiso de Atlanta

El llamado compromiso de Atlanta es un discurso de Booker T. Washington, en la Exposición Internacional y de los Estados del Algodón; que se celebró en Atlanta en 1895, y a la que fue invitado por los organizadores de evento, en un movimiento atrevido que aprovecharía en busca de recursos y financiamiento. El discurso fue objeto de controversia para W.E. Dubois, que lo enfrentó como un programa ideológico contrario al suyo propio; no obstante, aunque obedecía a un proyecto de educación a largo plazo, no era un programa político sino el discurso del presidente de una universidad, ante posibles donantes y recursos.

Los mismos organizadores de la exposición habrían tratado de atraer recursos y financiamientos del norte con esta invitación; que ofreciendo el futuro del recién inaugurado mundo negro como espacio de inversión, prometía grandes ganancias para todos. De ahí la abierta negociación, en que Booker T. Washington ofrece dejar de lado los enfrentamientos sociales y políticos; pero no pasivamente, sino a cambio de la posibilidad de un desarrollo sostenido, que ofreciera a ese pueblo negro la resiliencia del judío a lo largo del medioevo europeo.

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El mismo Du Bois, cuando le dedica un capítulo en Las almas del pueblo negro, reconoce la originalidad de Washington; al que trata como líder no de una raza sino de dos, aludiendo a esta capacidad para conciliar los intereses de las partes enfrentadas. También reconoce el hecho de que es esta capacidad la que otorgó el ascendiente político a Washington, por sus resultados prácticos; la insistencia de Du Bois en darle carácter ideológico después de esto, sólo ilustraría su propia apelación a una supremacía moral.

Como ejemplo, la insistencia en que Washington virtualmente aceptaba la supuesta inferioridad de los negros; después de haber reconocido que era sólo una cuestión de prioridades, en que lo que se buscaba era la suficiencia misma de la raza como clase. Du Bois alega que a un pueblo que entrega el respeto, o deja de esforzarse por ello, no vale la pena civilizarlo; acto seguido enumera las consecuencias de la política de apaciguamiento, aunque aclara de inmediato que la culpa no es directamente de Washington, sino de sus actos.

Menos pragmático, la aspiración de Du Bois está anclada en el concepto tradicional de heroísmo occidental; y era incapaz en ello de transar en negociaciones políticas, que ofrecieran otra cosa que la reivindicación inmediata de la raza negra. Fácil de criticar hoy día, habría que tener en cuenta sin embargo su propio contexto social y político, sus propias referencias existenciales; que claramente desconocían toda forma de pragmatismo político, como lo desconoció el humanismo triunfante desde Europa que lo alimentaba.

Todavía hoy, la contradicción política está determinada por ese paradigma, ya en decadencia pero de valor aún existencial; como se observa en el alineamiento que todavía define estas contradicciones, en el rechazo de los valores típicos norteamericanos. Más concretamente que la fácil identificación con una militancia marxista o comunistas, lo mostraría la más sutil justificación en el humanismo occidental que comparten Angela Davis y W.E. Dubois; que les hace ignorar los horrores de la discurso político que profesan, condenándolos en el que enfrentan, en la muestra más flagrante de inconsistencia.

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Booker T. Washington estaba hecho de otra fibra, no había nacido de padres libres, ni gozó de una educación liberal en Europa; así, manteniendo el mismo horizonte, conocía la inmediatez de las dificultades de la naturaleza humana, más que la belleza de su abstracción. De ahí se entiende la alineación última de Du Bois con el comunismo, más política que ideológica, contrario a su identidad socialista; porque lo que él rechaza, que es la esencia de Washington, es la vulgaridad de ese pragmatismo, que define al país más que sus horrores.

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Sólo que sería este pragmatismo el que ofreciera un asidero a la raza negra en los Estados Unidos, para que se consolidara como clase; esa fue la resiliencia del pueblo judío desperdigado en Europa, que terminó imponiendo sus condiciones al mundo. Esa contradicción no es gratuita, sólo ahora el capital en juego es intelectual, y esto como vicio del elitismo moderno; pero en la época crucial a que acude hoy ese reivindicacionismo intelectual para justificarse, el capital era económico. Eso es apenas natural, lo que se conoce como capitalismo moderno es otra falacia intelectualista; que teniendo sentido en los postulados de Saint Simon y hasta de Marx, esconde el sólido autoritarismo feudal de la burguesía como nueva aristocracia.



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