La cátedra Nelson
Mandela celebró el cumpleaños de mi madre, Georgina Herrera, con una actividad popular;
y el solo hecho de que dejaran fuera de esto al gran manipulador, es motivo
alegría y purifica el recuerdo. Por supuesto, no se van a disculpar nunca,
porque no tienen la capacidad para eso, pero ese es el problema de ellos; el
hecho de que Roberto Zurbano no participara de estos festejos, más o menos
oficial a la vez que popular, es suficiente.
Después de todo,
la única razón a la que reaccioné con virulencia fue a esa intervención soez y
arrogante; así que superado el obstáculo, no debería haber más problemas,
aunque se mantenga la expectativa. En todo caso, conmueve la modestia de la
presentación, a pesar de los clichés de su populismo; pues todo el mundo sabe
que no es posible ser popular y oficial, en una tensión zanjada por el sentido
común.
Por supuesto, el
problema radica en que todo el mundo excluye a Cuba, como una categoría
especial de la tontería; en su creencia de que sus manejos ideológicos sean lo
que parecen y no meros símbolos, carentes de significado propio. Pero es sin
dudas hermoso ver esa precariedad, con que gente joven —que no tuvo el lujo de
ver a Asennenth Rodríguez y Alden Knight— hicieron su presentación. Es algo a
agradecer, porque lo importante aquí es que se consiga la permanencia y no la
perfección; esa vendrá después, conseguida esta permanencia, incluso a base de
corrupción del alma, cuando pueda reorganizarse el pensamiento.
Lo cierto es que
sin permanencia no hay pensamiento que corregir, ni siquiera corrupto, y es
hora de acabar con ese falso heroísmo que exige sacrificios como un dios
bárbaro. Con toda la modestia y humildad, y desde la otra punta del espectro
político, muchas gracias a la Cátedra Nelson Mandela y a su interesante líder.
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