Wednesday, April 6, 2022

El drama hermenéutico en la poética negra de Georgina Herrera

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Es importante rescatar la poesía de Georgina Herrera del marasmo de su circunstancia, por lo que postula; y que en su caso, se trata del valor hermenéutico de la cosmología africana, y por ende sus implicaciones ontológicas; como corrección funcional de los excesos de la misma tradición occidental, que explican su decadencia. Georgina Herrera no es filósofa ni tiene pretensiones filosóficas, pero sí el alcance propio de la poesía; en tanto ella misma se produce en esa apoteosis del arte moderno, que suple su carácter analógico como comprensión suficiente de las determinaciones trascendentes de la realidad.

Su poética, no obstante, es contraria a la tradición, abocada a la decadencia moderna, como el resto de Occidente; esto puede deberse a su origen, en el segmento marginal de la sociedad cubana que son los negros pobres; pero la cultura cubana es pródiga en negros pobres, incluso poetas, que se abocan como el resto a esa decadencia. Lo diferente no es entonces la marginalidad, sino la peculiaridad con que esta se desarrolla en sentido contrario; no en dirección a las convenciones tradicionales, como el cultísimo Gastón Baquero o el colorista y político Nicolás Guillén; sino hacia una identidad escandalosamente africana, que asume como su naturaleza propia, y desde la cual se proyecta.

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Esto es importante, porque esa identidad africana suya se manifiesta cuando aún no era glamoroso ser negro; es cierto que ya el Movimiento de la Negritud era una referencia incluso clásica, pero eso no repercutía al interior de Cuba. Más interesante aún, esta identidad emerge paulatinamente, inserta en el conjunto de su otra poesía; adquiriendo ese valor existencial que la aleja de lo político, para establecerla como referente ontológico, en tanto reflexivo.

Es ahí que su poesía entra en el proceso de renovación, aún si todavía imperceptible, de la cultura occidental; con esa lateralidad de la cosmología africana respecto a la occidental, en tanto ambas son soluciones distintas del problema óntico. Como la base en decadencia y a renovar, la tradición occidental parte del espectro hermenéutico judeo cristiano; y en este, el Ser (Adam) se resuelve por su sobreposición inteligente (cultura) a las determinaciones naturales de la realidad; pero a costa de una racionalización en la economía (Eva), que excluye su sentido propio (Laila), volviéndolo compulsivo.

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Esa cosmología judeo cristiana introduce el conflicto de materia y espíritu, y con ello la dualidad como referente; mientras la africana desconoce esta separación, y comprende la determinación de lo real en su misma naturaleza. En esta perspectiva, Georgina Herrera se asume como Yemallá —la madre del mundo—, y es en ello la naturaleza; en la que se realiza la realidad, reflexionando sobre sí misma, en ese alcance trascendente del valor analógico.

En esta ontología, Shangó es la vida que nace directamente de Obatalá como Potencia del Ser posible; y así es el mismo conflicto de la Trinidad del dogma cristiano, que siendo cristológico, se refiere a la encarnación del Hijo en la naturaleza, con las figuras equivalentes de María y Yemallá. La diferencia estriba en que esa naturaleza está subordinada en el caso de María, por toda la tradición anterior; pero no en Yemallá, que retiene sus facultades, incluso si entra en contradicción con sus propias determinaciones.

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Entre esas determinaciones, Yemallá retiene su sentido de tierra yerma, fertilizada por la adopción de Shangó; a partir del cual tiene a Oggún, como concreción de todas las posibilidades, aportadas por el primero y con sus propios conflictos entre sí. Es en este punto que, incluso sí intuitivo, el distanciamiento político de Georgina Herrera tiene valor político; pero no discursivo e inmediato (simbólico) sino trascendente, coincidiendo con W.E.B. Du Bois en su enseñanza estética.

En Du Bois hay que separar todavía el polvo de la paja, porque él sí es discursivo y ve una función política inmediata en el arte; pero más allá de esto —aceptando que es una opción personal—, él ve en el arte la presencia misma del artista, y con ello la ampliación del mercado, también reflexivamente. No obstante, se trata de un tenso equilibrio, en que esta presencia negra puede ser sobrepasada por esa misma decadencia; a la que no podría entonces renovar, comunicándole sus propios referentes, corrompida por esta.


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