Mariana Grajales en la lateralidad política de Georgina Herrera
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En cualquier caso, lo curioso es que el
personaje escogido por Herrera fuera precisamente el de Mariana Grajales; que le
es directamente antagónico, tanto en lo personal como en la proyección
histórica; aunque entre ambas media el personaje de Fermina Lucumí, con el que
sí se identifica la autora. Lo más probable es que Herrera no tuviera interés
real en el personaje de Mariana Grajales, sino en la solicitud; como se vería
en la falta de elementos dramáticos, mientras Fermina Lucumí sí resalta en
profundidad incluso instrumental.
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Para comenzar, Georgina Herrera se
identifica con Fermina Lucumí, tanto como no con Mariana Grajales; el problema
es que no hay mayor relación entre ellas, salvo la presencia recurrente de la
Lucumí en los sueños de Mariana. Sin embargo, la Lucumí y la Grajales no comparten
características, que es por lo que el papel de la última es pasivo; y la obra
sólo se hace interesante por esa identidad de la autora con la coprotagonista,
a través del avatar religioso de Yemallá.
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Esto no da una función a su
distanciamiento político, sino que sólo reconoce el alcance existencial de su reflexión;
que siendo estética, se produce de forma lateral a los discursos
convencionales, introduciendo sus recursos cosmológicos. Así, aunque
desplazando esa figura de Mariana, la obra de todas formas aporta la ontología
de Georgina Herrera; más auténtica por cuanto inconsciente, en el espectro
hermenéutico que la alimenta, al margen de esas convenciones.
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Esto es importante, porque es Grajales y
no Lucumí la que se alza en el panteón, contra el que va Georgina; estableciendo
la vida de los negros como un fenómeno paralelo a la nacional, que los
desconoce. Fermina no muere por África ni por la libertad, sino por su
libertad, concretada en su ascendencia africana; son dos cosas distintas marcando
la frente de sus personalidades, que Georgina sólo muestra al juicio sabichoso
del drama.
Como la introducción de los cabildos y no
los palenques en su valor antropológico, los negros tienen una participación
condicionada en la vida nacional; condenados al heroísmo, incluso si bruto y
primitivo, con figuras como la de Quintín Banderas, y el burlesco de su “te
ñamaba”. Cualquier otra actuación es sospechosa y se presta a la manipulación,
como con Morúa Delgado; al que se desplaza en la tensión con Juan Gualberto
Gómez, para arrojar la luz sobre el heroísmo clásico de Estenoz. Lo más
probable es que Penúltimo sueño de Mariana quede como una transacción,
que rozó el interés de Georgina; pero cobrando interés propio, por lo que
revela de la proyección de esta en ese marasmo de su circunstancia política.
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