Unidad y diferencia del problema racial en Cuba y los Estados Unidos
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Más allá de todo eso, el problema
racial en Cuba y Estados Unidos está determinado por sus relaciones históricas;
que sin fusionarlos los hace interdeterminantes, llegando a establecer una
continuidad política entre ellos. Esta continuidad es lo que trata de
explotarse políticamente, con su reducción a una unidad trascendente; pero cuyo
valor moral le hace inconsistente —por su irrelevancia— hasta como principio, cayendo
en sus múltiples contradicciones.
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No obstante eso es una verdad
parcial, que se sobrepone en su densidad al interés de los cubanos en los del
norte; sólo que puntualmente —hasta el punto de la individualidad—, por planes
de desarrollo como los de Tuskegee University[1]. Eso
quiere decir que esta relación ha sido siempre más atractiva para los
norteamericanos, que para los cubanos; pero en una complementariedad muy
activa, que intercambió intereses de continuo, hasta crear un cuerpo más o menos
común.
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Esa habría sido la función de la
parte cubana en su pasividad histórica, en la contracción de esas deficiencias;
por una mayor dependencia suya respecto a la cultura como praxis existencial, contraria
a la hermenéutica de ese intelectualismo. De ese modo, incluso la llamada
desventaja de una falta de ilustración negra en Cuba se revertiría en ventajosa[2]; no
ya al no incorporar esos excesos de la tradición occidental, sino corrigiéndolos
de hecho con la suya propia, más efectiva y eficiente; en tanto provendría de
la cultura misma como praxis existencial, no de su reducción conceptual.
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Respecto al problema racial en Cuba y Estados Unidos, esto marcaría la función complementaria de sus diferencias; corrigiendo los excesos norteamericanos, en su naturaleza práctica —y en ello existencial— y no política. Esto es posible, justo porque ambos fenómenos se han relacionado histórica y estructuralmente, en esta diferencia; lo también implica la necesidad de sustraerse a la presión política de los del norte, con el desarrollo de una marginalidad propia y singular.
[2] . Cf: Enrique Patterson: La soledad histórica
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