Monday, February 20, 2023

La muerte del epígono

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Probablemente el trauma que paraliza a la cultura cubana sea sólo la expresión del otro, en que decae Occidente; en definitiva eso sería lo ocurrido en su cultura popular con el político, que deviniera grave por lo antropológico. El problema con la llamada alta cultura en Cuba, podría estar su mismo carácter artificioso y extemporáneo; preparada minuciosamente como fue, por una tradición ilustrada, que de pronto cumplió los insobrevivibles trescientos años.

De cierto, la generación que se hizo cargo de la cultura contemporánea provenía de esa ilustración occidental; concretada a mediados del siglo XIX, por una élite solidificada en su propia madurez, enraizada en el siglo XVII. No podía saber esa generación —pionera de la postmodernidad— que era el último hito, y se prestó a la continuación; sólo que lo hacía en una hermenéutica existencial agotada por la política, bajo el empuje irracional del romanticismo. Por eso, la generación que la sigue, era ya aunque todavía grandiosa en el gesto— de epígonos y no pioneros; no importa sus estaturas individuales, Orígenes no fue La Habana Elegante, ni Lezama Lima es Domingo del Monte.

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Más allá de Cuba, Jorge Luis Borges es más grande que Lugones, pero menos incisivo, y Octavio Paz tiene que reverenciar a Alfonso Reyes; de hecho, ni Vargas Llosa ni García Marques retendrán la gloria de sus mismas juventudes, con la repetición que les desagua los estilos. Si eso es con ellos, qué quedará para los que ya solo pueden ser —no ya segundones— epígonos de los epígonos; qué giro inusitado (Borges), qué metáfora bellísima en lo estrambótico (Lezama), qué eficiente pretensión de antropología (Carpentier).

La literatura cubana entra a su propio trauma antropológico, tratando de repetir en su vulgaridad la elegante declinación mexicana; y se propone una gesta de la revolución —no fue eso lo que hicieron los mejicanos—, patética en su debilidad. No es que eso no —¡oh, Dios!— fuera imposible como principio, la materia es siempre la realidad y estaba ahí; pero lo real mismo era incompatible con la poética de la pretensión política, que se refugió en la mediocridad.

El problema con esta cultura cubana sería entonces que no tiene artistas, sino gente que quiere triunfar en el arte; por eso, no sólo imitan en vez de experimentar la creatividad de sus vidas, sino que imitan a los epígonos. Eso se debería a que lo que les interesa no es la obra que hicieron, sino el triunfo que tuvieron en su epigonato; así, imitan aún a Borges y no a Lugones, a Paz y no a Reyes, a Lezama y no a Martí, a Casal y no a Domingo del Monte.

Ahora envejecen, rotándose turnos en talleres eternos, como si aún tuvieran eso que no existe  se llama tiempo; y son estériles, en la infecundidad del epigonato del epigonato, sin descendencia posible. Negados a la gloria marmórea de la edad, se alzan en sus taburetes para recitar las mismas verdades de siempre; ignorando que no hay estilo que sobreviva al siglo, el simbolismo ya tiene uno y medio, y el surrealismo fue apenas un gesto suyo.


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