Saturday, February 25, 2023

Pavel Giraud y la pretensión de historia

Es difícil decir algo del documental de Pavel Giraud sobre el caso Padilla, por sobre la alharaca que ha desatado; a menos que se parta de la superficialidad del escándalo, sobre la legitimidad y autoridad del autor sobre las fuentes. Giraud, con una fina experiencia en el cine de ficción, hace simplemente un documental, para lo que usa material histórico; y la calidad de este documento debería ser suficiente, como evaluación en sí misma, con independencia de dicha legitimidad.

En su aspecto técnico, El caso Padilla confirma el pulso cinematográfico de Giraud, aunque también sus vicios; dados por una tradición nacional, formada en el trascendentalismo de la estética socialista, y su énfasis en los discursos. En este sentido, la omnipresencia de Fidel Castro —con sus discursos en off sobre una ciudad— no es eficiente; repite el recurso dramático un efecto ya visto muchas veces, porque al fin y al cabo estamos al final de la postmodernidad.

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En principio, el material consigue el distanciamiento objetivo en que trata de justificarse como documento político; pero poco a poco disuelve este distanciamiento, para participar con un opinión, ya no tan autorizada en el sesgo. Es sutil pero omnipresente, para terminar en un alargamiento innecesario que recuerda esta naturaleza didáctica; que es uno de los vicios con que la estética socialista desvirtuó el valor gnoseológico del arte, incluso si documental.

Hacia el final, traspasando la tensión de abrazos y apretones de mano con que acaba la reunión, el director prosigue; y termina en un final menor, que vincula el caso Padilla a la protesta juvenil de 2020 ante el Ministerio de cultura. Desgraciadamente aquí, Giraud —como toda élite intelectual— demuestra no haber comprendido la naturaleza del problema; y que estaría en ese trascendentalismo, que poco importa si es cristiano católico, puritano o comunista, por su ineficacia

Pavel Giraud
Esto es lo que revela la naturaleza antropológica (humana) del problema cubano, incomprensiva de su realidad; que así insiste en el carácter mesiánico de sus intelectuales, señalando la ferocidad monstruosa que las oprime. No comprende entonces que ese monstruo no existe, sino que es sólo la expresión de la monstruosidad de su elitismo; que es el que fabrica esos discursos sobre la premisa del uranismo platónico, como las ideologías que después los aplastan.

Como ladra el cerbero de El caimán barbudo cuando los pone en su sitio, intelectuales no son solo los escritores; son también los médicos y todos los que trabajan con la inteligencia, que es el mito espantoso de su carácter ilustrado. La razón del cerbero resalta hoy, con la ciencia poniendo en crisis la hermenéutica humanista con el indeterminismo cuántico; que es por lo que agotado ese trascendentalismo tradicional, la historia les falla eludiéndoles —en la hermenéutica— la pretensión.

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La poesía de Padilla es sublime, porque expresa genuinamente la grave experiencia existencial de la revolución; y no fracasa sino que muestra los frutos lógicos de esa soberbia, sin que eso signifique que ha aprendido la lección. El documental recuerda que Padilla tuvo que abandonar Miami, por las mismas razones que había llegado allí; de modo que la cultura cubana deviene en un uróboros, que amenaza todo futuro con la impasibilidad de su soberbia.

En este sentido, Giraud debe recordar que está atrapado por esta pretensión de historia, dada por su contexto; en el que no falta la suspicacia, ya desde la misteriosa ascendencia de Fidel Castro, proyectada aún como su sombra. Ese terror, en un mundo ya saturado de conspiraciones por más de dos milenios de historia, es lo que se levanta en la cuestión; sabiendo que esa irrelevancia de su legitimidad oculta la relevancia de su opinión personal, que no es ya estrictamente artística.

La muerte de Padilla como víctima de estas aguas, obvia que la mediocridad es el ambiente que lo envuelve; la ferocidad de estos opuestos no es equivalente sino funcional, uno es ofensivo y el otro es defensivo y explicado en el primero. De este modo, el documental esquiva la lógica de que para evitar una reacción debe eliminarse su provocación; porque no están separadas por obstinación política, sino por la lógica elemental de toda tensión, basada en una acción primera.

En los paneos sobre el público, la cámara recoge el estoicismo de los dos únicos seres bellos del momento; Nanci Morejón —como la naturaleza— es cogida en medio de un bostezo más que expresivo, al lado de un serio Rogelio Martínez Furé. Víctimas ellos del proceso paralelo del grupo El puente, saben que sólo se trata de sobrevivir aquel derrame de soberbia; cosas de blancos —dirán por dentro—, con ese maniqueísmo peculiar con que distorsionan su preciosa dialéctica en la pretensión de historia.


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