Pavel Giraud y la pretensión de historia
En su aspecto técnico, El caso Padilla confirma
el pulso cinematográfico de Giraud, aunque también sus vicios; dados por una
tradición nacional, formada en el trascendentalismo de la estética socialista,
y su énfasis en los discursos. En este sentido, la omnipresencia de Fidel
Castro —con sus discursos en off sobre una ciudad— no es eficiente; repite el
recurso dramático un efecto ya visto muchas veces, porque al fin y al cabo
estamos al final de la postmodernidad.
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Hacia el final, traspasando la tensión de
abrazos y apretones de mano con que acaba la reunión, el director prosigue; y
termina en un final menor, que vincula el caso Padilla a la protesta juvenil de
2020 ante el Ministerio de cultura. Desgraciadamente aquí, Giraud —como toda
élite intelectual— demuestra no haber comprendido la naturaleza del problema; y
que estaría en ese trascendentalismo, que poco importa si es cristiano católico,
puritano o comunista, por su ineficacia
Pavel Giraud |
Como ladra el cerbero de El caimán barbudo cuando
los pone en su sitio, intelectuales no son solo los escritores; son también los
médicos y todos los que trabajan con la inteligencia, que es el mito espantoso
de su carácter ilustrado. La razón del cerbero resalta hoy, con la ciencia poniendo
en crisis la hermenéutica humanista con el indeterminismo cuántico; que es por
lo que agotado ese trascendentalismo tradicional, la historia les falla eludiéndoles
—en la hermenéutica— la pretensión.
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En este sentido, Giraud debe recordar que está
atrapado por esta pretensión de historia, dada por su contexto; en el que no
falta la suspicacia, ya desde la misteriosa ascendencia de Fidel Castro, proyectada
aún como su sombra. Ese terror, en un mundo ya saturado de conspiraciones por más
de dos milenios de historia, es lo que se levanta en la cuestión; sabiendo que
esa irrelevancia de su legitimidad oculta la relevancia de su opinión personal,
que no es ya estrictamente artística.
En los paneos sobre el público, la cámara
recoge el estoicismo de los dos únicos seres bellos del momento; Nanci Morejón
—como la naturaleza— es cogida en medio de un bostezo más que expresivo, al
lado de un serio Rogelio Martínez Furé. Víctimas ellos del proceso paralelo del
grupo El puente, saben que sólo se trata de sobrevivir aquel derrame de
soberbia; cosas de blancos —dirán por dentro—, con ese maniqueísmo peculiar con
que distorsionan su preciosa dialéctica en la pretensión de historia.
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