De “Las almas del pueblo negro”, como la “Biblia” y “El Capital”
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Tanto la Biblia como El Capital suelen tener lecturas parciales, que admiten el sesgo, el equívoco y la manipulación; lo mismo pasa con Las almas del pueblo negro, que todos citan pero sólo como fuente de legitimidad ideológica. De hecho, ese es el problema del pensamiento contemporáneo, y su recurrentes referencias históricas; que así funcionan como mitos fundacionales, en el mismo sentido que las culturas antiguas; dado que esa historia no es nunca la historia en sí, sino una interpretación, inevitablemente sesgada por presupuestos morales.
Como La Biblia y El Capital, Las
almas del pueblo negro consiste en una serie de historias no consecutivas;
publicadas originalmente como artículos periodísticos, que narran la situación racial
a comienzos del siglo XX. En este último, como en los otros casos, la lectura
no tendría que ser lineal y exhaustiva, pero sí progresiva y total; porque es
en esta progresión que todos aportan su sentido propio, como la naturaleza
antropológica del fenómeno que describen.
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Ese es el caso —por ejemplo— de la
identidad del negro de Estados Unidos, que no es africana sino criolla; porque
no se determina en la segregación negativa y brutal de la era Jim Crow, sino en
la más benigna de las islas del Este. En esta otra, las comunidades de esclavos
habrían crecido en relativa isolación, teniendo que desarrollar recursos
propios; que repercutirían en un perfil singularmente sincrético, sintetizando
sus múltiples orígenes africanos con estructuras y recursos europeos.
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En efecto, todo el cuerpo espiritual del
negro se expresa en el góspel, pero como su proceso de desarrollo; no distinto
en ese sentido de la experiencia del destierro judío en Babilonia, que legara
Los salmos a ese mismo evangelismo. La música góspel (espiritual) se forma en
la adaptación se los himnos religiosos cristianos, que adquieren mayor énfasis
rítmico; no por una tendencia de la raza al ritmo, sino porque se expanden de las
iglesias a los campos de labor, haciéndose también más existenciales.
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Ciertamente, hay una desconfianza en los
barones —como clase— esclavistas hacia la educación de los negros; que de hecho
todavía persiste, en esa reducción típica de lo negro a la sensualidad de la
música, la plástica y la poesía. Curiosamente, esas mismas disciplinas tienen
graves connotaciones intelectuales, pero no como práctica concreta; que es en
lo que se hace difícil reconocer la intelectualidad de personalidades negras,
más allá de la impronta ideológica.
Las almas del pueblo negro, seguirá entonces como la Biblia y
El Capital, legitimando procesos ajenos a sí mismos; incluso o sobre
todo —que es lo más grave— entre los mismos negros, que lo usan para reclamar
esa singularidad que los destaque en el mercado. No tienen en cuenta que el
mercado sigue siendo el de esclavos, aunque ahora la esclavitud sea más sofisticada
en este reclamo de lealtad de clase; que les niega el acceso a su respectiva
individualidad, como el esplendor en que pueden realizarse, incluso como clase
pero de verdad.
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