Wednesday, June 2, 2021

Del caso Alcántara y el MSI

 En una cándida presentación sobe la disidencia cubana, la activista Anamely Ramos planteaba preguntas al pueblo; la candidez aquí tiene el sentido habitual en español de ingenuidad, no el norteamericano de franqueza, aunque franca también fue. La expresión fue ingenua, porque esa cuestión al pueblo debió ser la base de toda disidencia, no su resultado; aunque en el caso del Movimiento San Isidro se comprende, porque ellos no buscaron esa condición sino que fueron empujados a ella.

La diferencia entre el MSI y la disidencia tradicional sería la naturaleza popular, que la lleva a ese cuestionamiento; al que actualmente sólo se equipara el esfuerzo de grupos como la Umpacu, y antes sólo Osvaldo Payá y Laura Pollán. Quizás Fernando Velázquez Medina, del antiguo Criterio Alternativo, fuera excesivo al cuestionar al MSI su conocimiento de la historia de esa disidencia; pero también es cierta la candidez del MSI, por la que repite —siquiera cerrando el círculo— ese esfuerzo, en otra subida de Sísifo.

En realidad, la disidencia en Cuba carece de ascendiente popular, y eso es lo que explica la ingenuidad del MSI; que desconociendo su propia singularidad, todavía puede ser atrapado por los vicios elitistas de la disidencia tradicional. Esa es la razón de que el movimiento disidente no sea creíble en Cuba, salvo sus esplendorosas y ya mentadas excepciones; en una crisis recurrente, que revienta en el caso evidente del caso Alcántara, y la impotencia que demostró.

Ciertamente, el caso Alcántara lo puede haber resuelto la fuerte gestión internacional de esa disidencia tradicional; pero deja una secuela menos glamorosa, que no cuenta con el mismo respaldo de parte de esa élite intelectual. Sólo la lealtad del MSI puede mantener el reclamo, que rescate a esos otros que cayeron en su solidaridad con Alcántara; la disidencia y el exilio tradicional tienen la oportunidad de acompañarlo en este esfuerzo dejando atrás sus vicios, lo que es más improbable.

El problema no está en el elitismo, pues toda clase especial genera sus propios intereses y a ellos se atiene; el problema está en las pretensiones de representación de ese elitismo, que se yergue con la misma ineficacia de toda clase política. Ese problema es el que reluce con sus prácticas de ostracismo y marginación, lógicas al gobierno al que se oponen pero no a ellos; y que estando a la vista del común, son la causa de la poca credibilidad, por la que tan poco pueden hacer, como que tampoco les interesa.

A Luis Manuel debió liberarlo la presión popular, no la gestión internacional, revertida en ese elitismo pernicioso; y si bien el sistema cubano es cada vez más débil, su capacidad de maniobra por esta falla de su disidencia y exilio es escandalosa. No tardó el exilio en usar a Luis Manuel para sus diferencias con el movimiento negro norteamericano, en un caso típico de deslealtad; cuando pudieran resolverlo más definitiva y efectivamente, si accedieran a compartir el espacio con una representación racial más equilibrada y honesta.

El MSI debería aprender esta lección, y apostar por el pueblo, desde la misma ingenuidad que Anamely Ramos; no confiar tanto en una tradición que siempre juega al estatus quo, porque vive alrededor de esos intereses, que son propios y no del pueblo que dice representar. Esta carrera se parece a la de la misma revolución por apartarse de la figura nociva de Fidel Castro, que el M-13-3 perdió frente al M-26-7; esta vez la nocividad proviene de ese elitismo, que se vuelca del intelectualismo a la política postrevolucionaria con no menos ominosidad.

Conscientes o no, los llamados a la falsa unidad repiten los comportamientos del actual gobierno cubano; y en ello denuncian la naturaleza de ese elitismo, que sigue siendo pernicioso en sus pretensiones políticas y culturales. La alegación de suprematismo moral no es menos hipócrita en esta disidencia y exilio, ni le hace menos daño; el chantaje político de dentro de la disidencia todo y fuera de la disidencia nada, no es menos vulgar ni terrorífico.


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