Carta acerca del drama
En el
principio mismo de la realidad, la existencia de Dios es un suceso dramático
que se resuelve en ese milagro puro de la misma; cuando ya en su omnipotencia,
el mismo Dios copaba con su inmanencia toda posibilidad de ser, no dando lugar
así a su propia naturaleza, que es la Creación. Por supuesto, sólo la voluntad
suprema de su Ser le permitió superar la contradicción; en un acto —que al ser
suyo es— de Caridad infinita, contrayéndose para hacer lugar a esta creación
suya. Ese es el pasaje cabalístico que los judíos conocen como Titsum, y que
resulta en la primera categoría de la metafísica; que es Kether, la corona del
universo y que es el Poder mismo de Dios como naturaleza, y es así la primera
determinación del Ser.
Tan compleja
introducción es sólo para develar el dramatismo que lo permea todo, haciendo
del patetismo esa propia naturaleza nuestra; no por gusto reflejado en la
contracción del gesto de los santos, petrificados en sus estatuas de yeso, como
para que no olvidemos que en nuestra raíz está la capacidad de conmovernos, que
es el drama. De hecho, cuando Aloysius Bertrand hace ese canon de la literatura
moderna que es el Gaspar de la noche, lo subtitula como viñetas a la manera de
Rembrant y de Callot; es decir, un claro oscuro en que la vida se refleja por
esa tensión entre el drama y la comedia, y por la que nunca nos resolvemos en
la Tragedia. De ahí que el equilibrio y la mesura no sean reales nunca, sino
que son meras abstracciones pretensiosas; que incluso han de esperar hasta una
época obtusa y arrogante como la moderna
para manifestarse, pues sólo a los pobres modernos se les podía ocurrir
semejante sinsentido.
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No ya los
románticos, dados espontáneamente al exceso, tenían esta predilección por lo
dramático; aún el realismo brutal y también canónico de Balzac se concretaría
en la paradoja y el sarcasmo de una realidad que se hace llamar comedia, cuando
lo que muestra es el mismo patetismo que siempre nos ha caracterizado. Es que
esa idea de mesura y equilibrio se ha integrado ya en la vida de lo humano,
pero siempre como el snobismo banal; que de tan ridículo que es en su pobreza
resulta patético, y así paradójica y nuevamente dramático. ¿Qué no es dramático
en esta vida entonces y que sea a su vez humano?, no quiero yo conocerlo; antes
que eso, te reconozco a ti, dramática, como mi musa, a cuyos pies pongo mis
votos de toda (dramática) veneración.
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