La construcción de una imagen
Fotograma de Mario García Joya |
En las artes plásticas, la pintura tiene un
valor narrativo casi literal, mientras la escultura acude al volumen para el
mismo resultado; la fotografía en cambio, típica y propiamente moderna y más
tecnológica, tiene que acudir al drama. No por gusto es como quien dice un arte
derivada, que en sus inicios se redujo al simple sucedáneo de la pintura; hasta
que explorando sus propias posibilidades formales logra proponer una realidad
propia, en el contraste de la luz y las sombras; con el que conseguía la
impresión de volumen, pero además la expresividad tan elusiva y cara a la
pintura, en un efecto dramático. No obstante, este valor técnico suyo la haría
también más susceptible ante la irrelevancia del arte contemporáneo; ya que sus
propuestas formales tienden a ser recurrentes,
al depender exactamente de ese
dramatismo que cada vez va siendo menos intenso en la experiencia humana. Aún
así, una foto es una construcción, cuya excepcionalidad no la consigue en la
armonía de las formas ni en la deconstrucción; sino que, siendo todo esto
posible, sigue reduciéndose al dramatismo con que se hace resaltar al objeto en
un alcance reflexivo. Es por eso que la fotografía alcanza protagonismo
interdisciplinario en el otro arte con temporáneo que es el cine y su sucedáneo
en el video documental; por esa capacidad para sensibilizar de modo especial al
sujeto ante el objeto que se le propone… con su dramatismo.
Obviamente, la fotografía participa también de
esta decadencia de las artes que es la postmodernidad; primero, al reducir sus
alcances reflexivos al discurso de falsa sublimación ética con que el idealismo
logra usurpar las facultades de la reflexión estética; pero también, y por esta
misma vía, al convertirse en objeto de interés para la superficialidad de un
arte populista —falsamente popular en su falta de especialidad—; que con sus
intereses banales, no duda en reducir este aspecto formal suyo a la armonía más
o menos atractiva que eventualmente puede producir en algún encuadre. Es ahí
cuando el advenedizo se apropia de las búsquedas del interesado, y puede
hacerlo pues cuenta con la vanidad de un mundo
afanado en la falsa
trascendencia; y aunque sólo quede encogerse de hombros por la impotencia, de
todos modos queda el poder del signature picture, aún si ninguneado por el
silencio cómplice y oportunista. Obviamente, el poder propio de esa signature
picture se perderá por la incontinencia del epígono irresponsable y mezquino;
pero toca entonces al magister apelar a su superioridad y desechar esa
signature picture que tanto le complació, y que después de todo ya no será la
misma dada la vulgaridad que se la apropió.
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