Nuevo elogio de Juan Manuel Salvat (Contra los íconos de Mahoma-II)
Hace poco más de un año
Juan Manuel Salvat anunció el cierre de la librería Universal, y los lamentos y
los sarcasmos no se hicieron esperar; de hecho, los lamentos se disolvieron en
la indiferencia final, pero aún los sarcasmos ruedan como el eco de lo que fue.
A Salvat aún se le menosprecia y se le niega su valor icónico, olvidando en la
arrogancia que un ícono es sólo la representación viva de un fenómeno en su
trascendencia; y que quiérase que no, el sí es aún y por antonomasia el epítome
de la cultura cubana en Miami, a la que representa por derecho propio. Se trata
de que a Juan Manuel Salvat sólo se le puede criticar haber sido un hombre de
su tiempo y lugar, ese Miami que con tanta arrogancia han criticado las huestes
de epígonos seudo intelectuales que la merodean incluso quienes no viven en
ella; una contradicción que empezó con la oleada del Mariel, y el grupo que
quiso distanciarse de la llamada escoria —como los revolucionarios en Cuba— con
la creación de un falso perfil intelectual; con el que irrespetaron el carácter
histórico del exilio tradicional, y propiciando a su vez y con ello el
surgimiento de otra elite falsa que capitalizara el aspecto político del conflicto.
Para empezar, sería
bueno corregir un poco la perspectiva y comprender el sentido mismo de
Ediciones Universal; que según palabras del propio Salvat, no fue nunca
intelectual, en ese sentido de elite especializada de los que disputan el
término. Universal habría surgido como un negocio de simple distribución, que
amplió su perfil casi inmediatamente para imprimir literatura de origen
mayormente político y popular; fue su propio peso comercial en una comunidad
que carecía de propuestas de ese tipo, lo que la llevó a derivar en el negocio
de publicación más amplio que tenía cuando cerró. En ese sentido, nunca habría
desarrollado un interés intelectual, sino que habría sido esa comunidad diletante
y vaga la que se lo habría atribuido, incapaz de crearlo ella misma; lo que no
es extraño, si en Miami los intelectuales prestigiosos son los que pueden
colocar una reseña literaria de 350 palabras en el suplemento dominical del
periódico comunitario; como mismo, y por su propia mediocridad, esos
intelectuales supercríticos terminan orbitando ese Miami que detestan; sin
olvidar la burbujosa fantasía en que creen tener revistas prestigiosas porque
los listos de Google y Wordpress les dan plataformas gratis con que atraer
visitantes a sus propias órbitas, más cuatro torpes que creen que pueden
enseñarle algo al mundo.
Eso podría corregir
incluso la aclaración del mismo Juan Carlos Castillón, que habiendo trabajado
allí se aferra a esa imagen clásica y bohemia que cita; para lo que además se
olvida de que está describiendo un fenómeno de la primera mitad del siglo XX en
el último cuarto del siglo XX y principios del XXI —como si la evolución
histórica no afectara los comportamientos culturales desde la determinación
económica—, cuando ya el arte y la literatura han perdido su relevancia
cultural y política en favor de las tecnologías. Salvat, guste o no, es un
genio precursor incluso para ese modelo arcaico de cultura; que gracias a su
sagacidad comercial —distinto de las pretensiones intelectualistas— logró
imponer el perfil hispano en la Feria Internacional del Libro de Miami, el
evento más importante de su tipo en el país y que con la pobre visión de
nuestros intelectuales —demasiado mezquinos hasta para un epigonato decente—
hubiera sido totalmente capitalizado por Books & Books. Los horrores
editoriales de Universal se explican en la arrogancia de los autores locales, no
en la tacañería de quien fue responsable con su familia y no de la tontería y
la banalidad de quienes sueñan con su propia UNEAC; y ciertamente, al cabo del
año todavía hay que recordar que fue en esos predios donde se dio una tertulia
como la de los sábados, a donde iban a florear los altaneros intelectuales con whiskey
ajeno. Todo suena al final como aquella literatura caballeresca, en que los
cristianos iban contra los ídolos de Mahoma; olvidando que los musulmanes eran
hasta más monoteístas que ellos —los únicos en rigor— careciendo del espeso
santoral con que hasta estos neo-intelectuales se copian a los católicos.
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