Sunday, November 2, 2014

Nuevo elogio de Juan Manuel Salvat (Contra los íconos de Mahoma-II)

Hace poco más de un año Juan Manuel Salvat anunció el cierre de la librería Universal, y los lamentos y los sarcasmos no se hicieron esperar; de hecho, los lamentos se disolvieron en la indiferencia final, pero aún los sarcasmos ruedan como el eco de lo que fue. A Salvat aún se le menosprecia y se le niega su valor icónico, olvidando en la arrogancia que un ícono es sólo la representación viva de un fenómeno en su trascendencia; y que quiérase que no, el sí es aún y por antonomasia el epítome de la cultura cubana en Miami, a la que representa por derecho propio. Se trata de que a Juan Manuel Salvat sólo se le puede criticar haber sido un hombre de su tiempo y lugar, ese Miami que con tanta arrogancia han criticado las huestes de epígonos seudo intelectuales que la merodean incluso quienes no viven en ella; una contradicción que empezó con la oleada del Mariel, y el grupo que quiso distanciarse de la llamada escoria —como los revolucionarios en Cuba— con la creación de un falso perfil intelectual; con el que irrespetaron el carácter histórico del exilio tradicional, y propiciando a su vez y con ello el surgimiento de otra elite falsa que capitalizara el aspecto político del conflicto.
Para empezar, sería bueno corregir un poco la perspectiva y comprender el sentido mismo de Ediciones Universal; que según palabras del propio Salvat, no fue nunca intelectual, en ese sentido de elite especializada de los que disputan el término. Universal habría surgido como un negocio de simple distribución, que amplió su perfil casi inmediatamente para imprimir literatura de origen mayormente político y popular; fue su propio peso comercial en una comunidad que carecía de propuestas de ese tipo, lo que la llevó a derivar en el negocio de publicación más amplio que tenía cuando cerró. En ese sentido, nunca habría desarrollado un interés intelectual, sino que habría sido esa comunidad diletante y vaga la que se lo habría atribuido, incapaz de crearlo ella misma; lo que no es extraño, si en Miami los intelectuales prestigiosos son los que pueden colocar una reseña literaria de 350 palabras en el suplemento dominical del periódico comunitario; como mismo, y por su propia mediocridad, esos intelectuales supercríticos terminan orbitando ese Miami que detestan; sin olvidar la burbujosa fantasía en que creen tener revistas prestigiosas porque los listos de Google y Wordpress les dan plataformas gratis con que atraer visitantes a sus propias órbitas, más cuatro torpes que creen que pueden enseñarle algo al mundo.
Eso podría corregir incluso la aclaración del mismo Juan Carlos Castillón, que habiendo trabajado allí se aferra a esa imagen clásica y bohemia que cita; para lo que además se olvida de que está describiendo un fenómeno de la primera mitad del siglo XX en el último cuarto del siglo XX y principios del XXI —como si la evolución histórica no afectara los comportamientos culturales desde la determinación económica—, cuando ya el arte y la literatura han perdido su relevancia cultural y política en favor de las tecnologías. Salvat, guste o no, es un genio precursor incluso para ese modelo arcaico de cultura; que gracias a su sagacidad comercial —distinto de las pretensiones intelectualistas— logró imponer el perfil hispano en la Feria Internacional del Libro de Miami, el evento más importante de su tipo en el país y que con la pobre visión de nuestros intelectuales —demasiado mezquinos hasta para un epigonato decente— hubiera sido totalmente capitalizado por Books & Books. Los horrores editoriales de Universal se explican en la arrogancia de los autores locales, no en la tacañería de quien fue responsable con su familia y no de la tontería y la banalidad de quienes sueñan con su propia UNEAC; y ciertamente, al cabo del año todavía hay que recordar que fue en esos predios donde se dio una tertulia como la de los sábados, a donde iban a florear los altaneros intelectuales con whiskey ajeno. Todo suena al final como aquella literatura caballeresca, en que los cristianos iban contra los ídolos de Mahoma; olvidando que los musulmanes eran hasta más monoteístas que ellos —los únicos en rigor— careciendo del espeso santoral con que hasta estos neo-intelectuales se copian a los católicos.

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