Otra vez la reflexión estética!
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Lo que diferencie al
talento de la simple destreza ha de ser seguramente la suficiencia que le
otorgaría un objeto propio; ya que sería
eso lo que lo resuelva en genio, propio del sujeto así completo por la relación
con ese objeto propio, en tanto, propiedad el mismo talento esta suficiencia no
puede referirse nunca a él mismo sino al sujeto que lo trascienda. Tan espesa
metafísica explicaría el decadentismo por el que la Modernidad deriva la
capacidad reflexiva del arte (estética); deviniendo así el objeto en un
discurso que suplanta este valor reflexivo, con el falso sentido de
trascendencia con que el sujeto del arte escinde su banalidad e inconsistencia
en una sublimación ética que le supla sus carencias estéticas. Eso como principio
no sería grave, salvo porque pervierte todas las relaciones en que se
estructura la cultura; al permitir y hasta propiciar el establecimiento de una
falsa élite, cuya deficiencia consistiría en esta suplantación del valor
reflexivo por la manipulación de la sublimación ética.
De ahí la importancia
de esta diferenciación entre el talento y la destreza, aunque parezca banal; ya
que traduciéndose en la calidad del genio por su suficiencia, proveerá siempre
una reflexión original y de valor de suyo estético; que será a su vez lo que la
haga eficiente, en tanto es ese sentido estético el que garantizará su
objetividad, al determinarse en función de su objeto. En ese sentido, al genio
se le podrá reconocer por esta suficiencia del sujeto del que es propio; y que
no necesitará ni negar al prójimo ni manipularlo en ningún sentido, al menos en
principio y relativamente. No obstante, no es la banalidad discursiva de la
ética la que causa la mención del genio sino su contradicción por la cultura
como su entorno propio; de hecho, si puede hablarse tan recurrentemente de una
decadencia del arte luego del apogeo moderno, es justamente por esta contradicción;
a la que se debería esa perversión de las facultades reflexivas del arte, subordinado
ya a la pretensión discursiva de la ética.
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El conflicto se
habría originado con ese esplendor crítico con que los modernos se
desentendieron de su metafísica, en el racionalismo; contra el que protestaron
los alemanes sin éxito, como los pietistas numantinos; en una propuesta que no
por gusto apelo a lo irracional hasta en el nombre, aludiendo a la inefable y
extrapositiva facultad de la intuición. No será gratuito que el conflicto
reproduzca al de los fisiologistas, sólo que en un sentido negativo; porque
aquellos en definitiva se dirigían a la derivación de un objeto propio, en la
filosofía, no a la perversión del objeto literario. De ahí que con el apogeo magisterial
de la Modernidad y su espíritu enciclopédico, el arte quede disociado de esa inefabilidad
del genio; reduciéndose así a la mera destreza, por más que intelectual y no ya
artesanal, pero sí de carácter netamente político, con la seducción del estilo
de vida.
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