Uno de los mitos fundamentales del capitalismo moderno, probablemente
sea el de la mano invisible de Adam Smith; por el que la economía se sostiene
en la libertad del intercambio, satisfaciendo las necesidades puntuales. De
hecho, como principio, este de la mano invisible es completamente racional,
pero insuficiente en esa racionalidad; habitualmente sobrepasada por la
compulsividad de los mismos intereses en que se basa, contradiciendo todo el
sistema.
El problema sería que nada actúa como principio, abstracto
y universal, sino en circunstancias también puntuales; con unos desarrollos superpuestos,
cada uno diacrónico respecto a los otros, y con los que eventualmente
colisiona. En este caso, la libertad de mercado quedaría limitada por su
capacidad factual, en la función infraestructural de la sociedad; lo que, como
orden interno o doméstico (oiko-nomós), no rebasa la estructura total de que se
trate, como unidad política.
Eso quiere decir que el mercado nunca habría sido libre,
más allá de esa unidad política que organiza como infraestructura; a la que
responde por su sistema de impuestos, desde los inicios de la historia, en las
culturas antiguas. De ahí la extrema singularidad del caso micénico, cuando el
comercio fenicio excediera su propio marco regulatorio; sobreponiendo a la
economía en esa función infraestructural, devenida en supra estructural, pero
en Micenas y no en Fenicia.
Eso se debería a la debilidad relativa del área micénica —en
su función estructural—, luego del cataclismo minoico; como excepción, por la
que la economía substituye a la religión en su función supra estructural, como
política. Esta peculiaridad es entonces exclusiva de la cultura occidental,
originada en esa excepción, y no un principio universal; y que por tanto no puede
determinar la compleja estructura moderna, que excede aquella circunstancia en
que se originara.
Por supuesto, la sistematización de Adam Smith es
positiva, y no alcanza a ver sus limitaciones fenoménicas; sino que se desarrolla
como principio, desde la base factual de su historia, como referente en vez de
determinación. No importa si Smith no percibe esa limitación, propia del análisis
abstracto, que desconoce la excepcionalidad histórica del fenómeno; la economía
moderna, en ese momento, es un amasijo de contradicciones formales, sólo
parcialmente comprensibles.
En ese momento, Smith desconoce la artificialidad del
mercado, sostenido por el consumo, y en ello inflacionario; en una proyección aún
positiva, por la importación de bienes de consumo desde el llamado Nuevo Mundo;
que siendo mayormente suntuarios, no sólo no satisface ninguna necesidad, sino
que de hecho las crea artificialmente. La distorsión del mercado —como de su
función super estructural basada en su capacidad infraestructural— como
realidad es inevitable; ya que se apoya en la importación también masiva de
metales preciosos, que sostiene ese consumo, con la creación de dinero.

La economía moderna consiste entonces en ese proceso de
inflación progresiva, sobre el índice de consumo; que en algún momento
sobrepasa la capacidad infraestructural de la economía, afectándola en esa
función superestructural. Esa es la contradicción intrínseca de la economía
moderna, que aflora en la postmodernidad, como crisis política; porque es de
esa capacidad infraestructural de la economía, expresada en su determinación
superestructural de la sociedad.
Por supuesto, el Socialismo no es sino otra contradicción
de ese capitalismo, y por tanto no puede solucionarlo; ya que esta
contradicción es artificial —en tanto formal—, si toda la economía se resuelve
en su corporatividad. El problema lo habría introducido el fenómeno de la
plusvalía, como otro principio básico del capitalismo; que incentivando la
producción, sólo enmascara la distorsión del mercado, por su dependencia del
consumo.
El problema general, estaría entonces en esa
determinación del mercado por sus niveles de consumo y no de producción; con la
única diferencia funcional, entre el capitalismo y el socialismo, de su
liberación y regulación respectiva. En cambio, como principio natural de la
sociedad, el mercado sería sólo un elemento secundario de su organización; por
lo que sería esta sobreposición la que distorsione el sistema, al hacerlo
funcionar super estructuralmente, desde su capacidad infraestructural.
Continua