¿Escatología cubana? Occan navajea sanguinario ángeles sobre la Habana III/III
Otro error sería lo que los autores llaman ausencia de
autoctonía, al reconocer la presencia inevitable del negro; que sin embargo
persiste en desdibujarlo como sujeto antropológico, portador de una cosmo-ontología
singular. Es el desconocimiento de esa peculiaridad cosmológica lo que
desdibuja los perfiles de lo nacional, como un ente abstracto; así desconectado
en esa abstracción de lo real, en lo que desconoce la amplitud de sus recursos
existenciales.
Desde esa organización cosmológica como hermenéutica,
calificar lo negro como accidental es escandaloso; no importa si —o
precisamente por— asociado a ese miedo al negro, tan intelectual como el Saco
que lo postula. La importancia del negro en Cuba es antropológica y no
política, porque la cultura política cubana —no su antropología— es ficticia;
su inmadurez se debe a este desconocimiento de su artificialidad, en la especialización
intelectual de su clase media.
Tampoco el concepto de transculturación de Fernando Ortiz
tiene esa connotación negativa del exterminio; sino que —contra el mismo Ortiz—
responde a la reorganización de la cultura como realidad, que diluye pero no
extermina lo indio; probablemente desapercibido por su escasa densidad
demográfica, respecto a casos como el de Borinquen y Quisqueya. La presencia
taína en Cuba no sobrepasaba al Camagüey, una extensión ya mayor que las de
Quisqueya y Borinquen; haciendo que su impacto cultural —lejos del
metropolitanismo comercial borinqueño— sea más débil incluso que relativo.
Hay por último un pequeño error, que identifica a
Bartolomé de las Casas como franciscano en vez de dominico; pero que es
revelador en esa superficialidad, porque en la misma línea reconoce la dominica
de Antonio de Montesinos. Esto se debería claramente a la naturaleza secundaria
—o terciaria— de las fuentes, que pone en duda todo el análisis; haciendo de
este un libro de currículo más que para la lectura, bajo ese lema universitario
—el anti Occan— de publica o perece. Con 175 páginas, este libro ha producido
cinco de crítica contra los principios hermenéuticos de sus primeras treinta;
es hora de que el espíritu Occan guarde fatigado su navaja, no importa la
ilusoria proliferación de ángeles en su irrelevancia.
FIN
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