Saturday, April 12, 2025

¿Escatología cubana? Occan navajea sanguinario ángeles sobre la Habana III/III

Aquí nacería entonces la ficción del problema, que impide la concreción política del mestizaje cultural en Cuba; desde el teorema del miedo al negro, que no es tan económico como teórico, comunicado a la clase popular por su intelectualidad. Muy probablemente, estos errores de sistematización histórico-teórica se deban a la presión del prejuicio político; que con su objeto en el mito fundacional de la revolución cubana, no entiende que este responde al de la nación misma.

Otro error sería lo que los autores llaman ausencia de autoctonía, al reconocer la presencia inevitable del negro; que sin embargo persiste en desdibujarlo como sujeto antropológico, portador de una cosmo-ontología singular. Es el desconocimiento de esa peculiaridad cosmológica lo que desdibuja los perfiles de lo nacional, como un ente abstracto; así desconectado en esa abstracción de lo real, en lo que desconoce la amplitud de sus recursos existenciales.

Ejemplo de esa suficiencia cosmo-ontológica del negro, sería la reorganización del panteón africano original; en una modificación del cristianismo, que convierte su soteriología en el valor inmediato de su praxis existencial. Nada de eso responde a los entramados artificiales del comercialismo moderno, que sostiene a esa ilustración; más incluso que a la burguesía —en función de aristocracia— que la produce, en su relación directa con la clase popular.

Desde esa organización cosmológica como hermenéutica, calificar lo negro como accidental es escandaloso; no importa si —o precisamente por— asociado a ese miedo al negro, tan intelectual como el Saco que lo postula. La importancia del negro en Cuba es antropológica y no política, porque la cultura política cubana —no su antropología— es ficticia; su inmadurez se debe a este desconocimiento de su artificialidad, en la especialización intelectual de su clase media.

Observando el alcance etnogámico con que se estructura Cuba, es obvio que el de raza es un concepto insuficiente; que debe esa incapacidad funcional precisamente a su origen ilustrado, en ese exceso del Barroco que es el pensamiento neoclasicista. En ese sentido, resaltarían los abusos referenciales a la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, que ya era abusiva; afirmando el tópico de la resistencia como cultura con lo que se salva la perversión revolucionaria como ideología.

Tampoco el concepto de transculturación de Fernando Ortiz tiene esa connotación negativa del exterminio; sino que —contra el mismo Ortiz— responde a la reorganización de la cultura como realidad, que diluye pero no extermina lo indio; probablemente desapercibido por su escasa densidad demográfica, respecto a casos como el de Borinquen y Quisqueya. La presencia taína en Cuba no sobrepasaba al Camagüey, una extensión ya mayor que las de Quisqueya y Borinquen; haciendo que su impacto cultural —lejos del metropolitanismo comercial borinqueño— sea más débil incluso que relativo.

Así, en general y también como principio hermenéutico, el libro es demasiado inmerso en una subjetividad cubana; falla en sobreponerse a la grandilocuencia de su intelectualidad, sobre el artificio de su metropolitanismo. Falta entonces la modestia con que percibir la realidad, en vez de desplazarla con la excelencia de su racionalización; que en la naturaleza excesiva del neoclasicismo que lo determina, no puede sino multiplicar los ángeles en ese alfiler.

Hay por último un pequeño error, que identifica a Bartolomé de las Casas como franciscano en vez de dominico; pero que es revelador en esa superficialidad, porque en la misma línea reconoce la dominica de Antonio de Montesinos. Esto se debería claramente a la naturaleza secundaria —o terciaria— de las fuentes, que pone en duda todo el análisis; haciendo de este un libro de currículo más que para la lectura, bajo ese lema universitario —el anti Occan— de publica o perece. Con 175 páginas, este libro ha producido cinco de crítica contra los principios hermenéuticos de sus primeras treinta; es hora de que el espíritu Occan guarde fatigado su navaja, no importa la ilusoria proliferación de ángeles en su irrelevancia.

FIN

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