Thursday, July 24, 2025

Virginia, introducción a la cultura ideológica norteamericana III

Por lo visto hasta aquí, la naturaleza de la cultura norteamericana no es el igualitarismo religioso de Massachusetts; es Virginia, y se funda como una empresa, con la concesión territorial a privados, no una utopía trascendente. El modelo político que esto produce —en la Cámara de Burgueses— es representativo, pero oligárquico; que es el carácter propio de la democracia clásica, en vez del congregacionalismo religioso de la república.

El modelo es complejo —no racional— en su ambigüedad inevitable, como tránsito de la sociedad feudal a la moderna; pero como una base pragmática en su modelo de aristocracia agraria, anterior a la burguesía urbana y capitalista. Esto es lo que resulta desplazado por la clase media desde Nueva Inglaterra, a donde huyen los disidentes puritanos; provenientes de Inglaterra, fundando y enriqueciendo las colonias del Norte con el industrialismo moderno.

Eso hay que moderarlo, pues ese industrialismo moderno proviene del mercantilismo con que se expande el imperio; pero en todo caso, convierte a Nueva Inglaterra en una alternativa política atractiva, como cuna de esa clase media industrial. Esta es la razón que marginaliza al modelo virginiano, aunque retenga poder simbólico, pero ya sin peso específico; empujando a Virginia a su identificación más profunda con el Sur, en ese ascendiente sobre los asentamientos de Carolina.

Se trata sin embargo de dos polos políticos, ya plenamente establecidos y proyectados como cultura en el siglo XVIII; a un lado el Norte, burgués y progresista, influenciado por la Ilustración y el Racionalismo, tanto filosófica como políticamente; y al otro el Sur, esclavista y aristocrático, influenciado por el modelo caribeño, y sostenido por el comercio trasatlántico. En este esquema, Virginia trata de mantener su estructura clásica, basada en la virtud cívica, la propiedad y la ilustración; pero es incapaz de resolver la contradicción entre libertad política y la esclavitud como sistema económico, y eso es grave.

El drama político de Estados Unidos nace de esta ambigüedad, no de una homogeneidad liberal, sino una afectación; que es de su conservadurismo estructural, y proveniente de la inestabilidad en Inglaterra, por su clase media. El proyecto virginiano —de una república de propietarios, no de masa industrial— queda marginado, pero no anulado; como el fantasma —también estructural— del alma estadounidense, que por contraste sostiene las aspiraciones del Sur; sobre la aparente suficiencia de este con su comercio trasatlántico, que se desmoronará bajo la presión de la Guerra Civil.

Esto es s interesante, si se le aplica el principio termodinámico, con el calor o energía como proyección formal; porque Virginia retiene el centro de la tensión entre el norte y el sur, como una estabilidad potencial. Esta estabilidad sin embargo es un estancamiento progresivo, que produce la tercera condición (ley) de esta dinámica; en la repentina inestabilidad en que se desploma el sistema, con la crisis de la Guerra civil, a su estado más bajo de entropía.

Esto sería lo que obligue a un desarrollo histórico, por la presión de la primera condición de esta dinámica formal; que postpone toda estabilidad real, condicionándola a una restauración de la preponderancia virginiana original. El problema sería entonces identificar la necesidad misma que lleva a la fundación de Virginia, en esa extensión de Inglaterra; y por la que Virginia funciona como un punto de tensión máxima, entre polos que no pueden sostener el sistema sin destruirlo.

Esto entiende el desarrollo histórico como una dinámica formal, que opera en los principios termodinámicos; en tanto es una reflexión —de ahí su naturaleza formal y no energética— de la estructura en que se organiza lo real. Aquí entonces, el calor —o energía en tránsito— es la proyección formal del poder, como el orden simbólico; impuesto por la sociedad a su entorno, mediante estructuras formales como las leyes, instituciones, trabajo, comercio, guerra, etc.

Tuesday, July 22, 2025

Virginia, introducción a la cultura ideológica norteamericana II

Curiosamente, la cultura de Virginia no es tan metropolitana, sino que en parte recuerda la burguesía rural del Sur; lo que se entiende, si de hecho es la que se expande hacia el Norte de Carolina, independizándose como estado. Virginia no es entonces como Massachusetts o Pensilvania, a pesar de su fuerte influencia política e intelectual; porque no se desarrolló desde un puerto que diera esa densidad, sino como una burguesía terrateniente, más que urbana.

A diferencia de Boston, Filadelfia o incluso Nueva York, Virginia nunca tuvo una ciudad sobre un puerto dominante; Jamestown fue una capital pequeña y efímera, y Williamsburg fue políticamente importante, pero no un centro económico. El comercio era entonces fluvial y disperso, sus plantadores exportaban tabaco directamente, sin pasar por una ciudad central; lo que debilitó su desarrollo de una burguesía mercantil como las del Norte, y sin el sentido agrario de los plantadores Sureños.

Eran grandes terratenientes, dependientes del trabajo esclavo y del cultivo del tabaco, pero también educados; contrario a la aristocracia feudal de más al Sur, eran ilustrados, con fuertes vínculos con la filosofía y la política británicas. Su ilustracionismo era entonces institucionalista y rural, no cosmopolitismo y urbano, consolidándose en asambleas rurales; que poseían gran autonomía local, con una clase dirigente interesada en la teoría del gobierno, el derecho y la representación; más que en el comercio, la banca o la manufactura, como sus vecinos del Norte, pero diferentes también del Sur.

Entonces, lo que sería la burguesía rural viriginiana, no se transforma en una clase urbana como en el Norte; se mantiene vinculada a la tierra —el honor personal y a la autogestión local—, no al riesgo del crédito como capital; y esta mentalidad se prolonga hasta el siglo XIX, explicando la resistencia al modelo capitalista e industrial del Norte. Eso significa que Virginia no encaja ni en el Norte moderno ni en el Sur esclavista, aunque participe de ambos; como una especie de centro gravitacional ambiguo, sobre el que gira toda la temprana historia estadounidense.

Como contraste, el Norte desarrolla desde Nueva Inglaterra una burguesía urbana, con comercio marítimo y manufactura; organizado en valores puritanos, como el trabajo, la disciplina y la educación colectiva, con un modelo político contractual. Esto es lo que otorga la personalidad moderna —y europea— al Norte, con su contrato social y humanismo cristiano; con los que apuesta por una visión progresista, sobre la acumulación de capital, la innovación y la expansión.

Contra el Sur, la aristocracia virginiana es aún de ascendencia popular, moralista y no sobre la propiedad feudal; desde la que mantiene su supremacía moral sobre la brutalidad de la maquinaria esclavista, que es como la industrial del Norte. Ese Sur profundo que se extiende desde Carolina, tiene una cultura tan brutal y comercialista como la del Norte; y contrario a Virginia —por su ascendiente aristocrático— no tiene interés por la república o el pensamiento ilustrado.

La economía de Virginia depende de la esclavitud, pero es reluctante por la contradicción evidente con sus orígenes; y contrasta en eso con la fuerte estratificación y el racismo más estructural del Sur, con su cultura más violenta. De ahí que el esclavismo virginiano sea paternalista, y que su élite se vea a sí misma como civilizadora, no meros plantadores; con lo que deviene en una cultura ambigua, ni completamente moderna ni completamente tradicional, sino trágica.

Es por esta ambigüedad que en Virginia reside el drama histórico de Estados Unidos, que es cultural antes que político; con su centro histórico desplazado por Nueva Inglaterra, como refugio de la clase media que huye del regreso de Carlos II. Esto será lo que lance a Virginia a su relativa proximidad con la aristocracia del Sur, por su ascendiente sobre Carolina del Norte; pero manteniendo esa ambigüedad, como principio de la proyección estadounidense, dificultado por las presiones de la clase media liberal; que se identifica a su vez con el ilustracionismo francés, en su alianza con el liberalismo de Nueva Inglaterra.

 Continua...


Un tranvía llamado deseo

La violencia sexual con que culmina Un tranvía llamado deseo capitalizaría su objeto, distorsionándolo en su interpretación; se olvida, por ejemplo, que es una catarsis, aunque dramática y no del espectador, en su originalidad y eficacia. Esta distorsión sería de origen intelectual, que es por lo que no comprende el carácter de la reflexión de Tennese William; y que obvia en la tensión entre Kowalski y Blanche Dubois la relación de sus ascendientes, en la mediación del matrimonio de este con Stella.

Mucha de esta culpa la tendría la estetizada masculinidad de Brandon, que además es cinemática y no teatral; ya que el objetivo absoluto de la actuación de Brando —no de Kowalski— es el cine y no el teatro, importe su puntualidad. Eso mismo, por ejemplo, habría hecho María Félix con la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, fijando el cliché en su persona; limitando las posibilidades del personaje, y con ello la actualidad de su función reflexiva como mito, que es lo propio del arquetipo.

En sí mismo entonces, Kowalski es un cliché de polaco para Williams, cono Blanche es el amaneramiento francés; y debe estar claro que Williams se identifica con Kowalski, en su protesta contra esa afectación de aristocrática sureña. El conflicto, que se presenta como cultural, es en verdad ideológico, por el populismo intelectual de Williams; que asume la representación del proletariado, idealizando la rudeza de Kowalski, como la católica fe del carbonero.

También debe estar claro que Blanche Dubois es un cliché norteamericano del afrancesamiento, no de lo francés en sí; dado en que la Francia es sólo el ascendiente de Blanche, y no la actualidad proletaria que agobia al polaco en New Orleans. Williams se realiza así como esa tradición del idealismo norteamericano, que pasa a lo trascendente como inmanencia; en una irracionalidad que se justifica a sí misma por su supremacía moral, en tanto no aristocrática sino proletaria.

Este dualismo lo toma la literatura norteamericana del romanticismo europeo, pero en la moderación inglesa; luego exacerbado, en lo norteamericano, por la contradicción ideológica como cultura, en su determinismo político. Este habría sido el drama de esa obra, pero obviado por esa intelectualización, que desconoce su origen ilustrado; contra la nimiedad de lo real (Stella), como naturaleza de Kowalski, contradicha por el elitismo esnob de Blanche Dubois.  

El excesivo intelectualismo se concentra entonces en la estetización del deseo, ignorando la transitoriedad del tranvía; obsesionado por la violencia sexual en ese esteticismo, como la cultura decimonónica que expresa en su decadencia; ante el vigor de lo norteamericano, supuesto en ese carácter popular de la simpleza de Kowalski, de alcances homo eróticos. No hay que olvidarlo, Blanche Dubois no es lo francés sino una idea de Francia, soslayando la humildad de Stella; y la incapacidad del teatro para acceder a este núcleo dramático, probaría la ineluctabilidad de esa decadencia; ya que soslaya al verdadero héroe trágico, que es Kowalski pero como clase, en ese valor ideológico del drama.

No hay que equivocarse con Tennese Williams, sureño como Faulkner pero formado en el liberalismo de Columbia; una tradición desde la que rechazará —por su carácter ilustrado— el conservadurismo del que proviene. Eso lo hará con la misma calidad formal que su contraparte (Faulkner), no ya en lo ideológico sino en lo formal mismo; que es en lo que se les puede equiparar, como titanes de la tensión en que se realiza el país, como totalidad sistemática.

La elevación de este drama a arquetipo no diluye su naturaleza ideológica, sino que la realzaría como una actualidad; ya que al menos en esta proyección intelectualista, su connotación inmediata es política como lo existencial. Eso puede estar errado o no, como se verá en las diferencias del trascendentalismo histórico y el Realismo Trascendental; pero es en todo caso la premisa, en esa función referencial del arquetipo, que la establece como al mito antiguo; no el esteticismo decimonónico, que cree en un formalismo racional como trascendente, en vez de la función inmanente.

El énfasis en la victimización de Blanche Dubois, es una sublimación paradójica de la masculinidad de Kowalski; en ese culto homo erótico, que poco tiene que ver con la profundidad de ese espíritu norteamericano. Un tranvía llamado deseo, puede así realizarse todavía, como una reflexión objetiva sobre lo real, como su propuesta original; permanecer en cambio como el gesto vacío, que aún pierde al arte en ese falso esteticismo de su amaneramiento.


Monday, July 21, 2025

Virginia, introducción a la cultura ideológica norteamericana I

Virginia fue la primera colonia inglesa permanente en América, después del intento fallido de Roanoke (1585 y 1587); también hubo otro, en la zona de la actual Carolina del Norte, organizada por Sir Walter Raleigh, también fracasada. Jamestown (1007) en cambio logró sobrevivir, convirtiéndose en esa primera colonia inglesa permanente en Norteamérica; llamada así en honor al rey James I de Inglaterra —IV de Escocia—, como Virginia debe su nombre a la reina virgen (Isabel I).

Isabel nunca apoyó de hecho o demasiado los intentos coloniales, pero el nombre se mantuvo incluso con los Stuart; y en tiempos de James I, ya era conocida como Virginia, con Jamestown curiosamente su primer enclave exitoso. A Virginia le siguieron Massachusetts y así sucesivamente, hasta la incorporación de las colonias del norte; que siendo tomadas —por transacciones— de los escoceses añaden su propia textura empresarial y metropolitana; junto a las que derivando de las colonias originales, por sus respectivos conflictos internos, de orden religioso.

De todo eso, lo que resalta es el diagrama ideológico cultural abierto con Virginia como centro fundacional del país; que se desarrollará en tensión constante, con la oposición del norte liberal e ilustrado y el sur aristocrático. Es un desarrollo singular y sinuoso, en el que Virginia afecta la conformación aristocrática de Carolina, con la suya propia; que no es clásica, sino formada desde la burguesía campesina, moviéndose a la posterior Carolina del Norte. La que se asienta en Charlestón, como capital de Carolina con su puerto metropolitano, sí es clásica y proviene del Caribe; de donde introduce la cultura de plantación, como el motor económico y base por tanto de la cultura del Sur.

Carolina sería una concesión de Carlos II de Inglaterra a un grupo de nobles, conocidos como señores de la tierra; en recompensa por su apoyo político, con los disturbios de la república primero y luego la restauración. Es el movimiento desde Virginia, por la atracción de esta vitalidad comercial, lo que establece a Carolina del Norte; en tanto se crea allí una cultura diferenciada por ese origen, que retiene el carácter empresarial de su fundación; y que se dispersaban por el fenómeno ya común de la disidencia religiosa, como característica misma de esa fundación.

En ese sentido, y a diferencia del metropolitanismo de Carolina del Sur, la del norte era más igualitarista y religiosa; con un espíritu anti aristocrático, por el que se resistirá a la autoridad central, sea esta estatal, federativa o colonial; con un fuerte perfil religioso, que esquiva el convencionalismo metodista, como básicamente cuáquero y bautista. Eso también significa que es menos dependiente de la esclavitud, que es propia de las grandes plantaciones; mientras su burguesía rural se componía mayormente de pequeños y medianos propietarios, de fuerte individualismo.

Esto constituye entonces a Virginia como una cultura de frontera (Apalachina), entre el Norte industrial y el Sur agrario; propia del Sur interior, que es antiesclavista e introduce su propia originalidad en el anti federalismo de la Guerra Civil. De ahí que Virginia sea una zona de transición, antes que propiamente sureña, con un carácter propio y suficiente; que retiene la primacía de ser la fundación misma del país, no sólo institucionalmente, sino sobre todo de su cultura.

Institucionalmente, Virginia albergó los primeros experimentos representativos, en la Cámara de los Burgueses (1619); con una élite educada, de fuerte influencia ilustrada, más propia del viejo Norte o incluso de Inglaterra directamente. Hay que destacar que aunque la cultura inglesa se deprime en el auge de la Ilustración moderna, es su verdadero origen; ya que la Francesa surge en la justificación política del republicanismo inglés, como primera apoteosis de la clase media.

De hecho, ni la revolución francesa ni la de Cromwell fueron burguesas sino de clase media, en el apogeo moderno; que es comercial y no industrial, como recuperación del mercantilismo clásico, con el otro apogeo del imperialismo inglés. De ahí el interés de la aristocracia disidente francesa en el republicanismo norteamericano, como suplente del inglés; contra su propia cultura absolutista en la monarquía francesa, que proviene también de la clase media medieval; explicando su rechazo —a medida que esta aristocracia deviene en burguesa— por esta clase media en la Modernidad.

Friday, July 18, 2025

Laviada como caso clínico de la cultura cubana

Primero, hay que dejar claro que el caso Laviada no es singular sino típico, sino que por el contrario es clínico; pero permitiendo, en esa vulgaridad suya, una mejor comprensión de las constantes de la cultura cubana; imposibles de percibir en sus figuras descollantes, justo por esa extrema singularidad, que las distancia del común. Aquí sin embargo, hay un callado y simple cumplimiento de todos los defectos diagnosticados a esta cultura; desde el tan llevado y traído —como incomprendido— choteo de Jorge Mañach, y hasta el racismo intrínseco.

Sobre su famoso choteo, Mañach diría que es como una adolescencia cultural, útil en principio pero luego contraproducente; porque esa eficacia misma defensiva se vuelve contra el desarrollo de la estructura cultural en que se organiza lo real. Los ejemplos sobran, pero se pierden en la manipulación política, en que todas las partes se reflejan unas a otras; sin embargo, es bueno observar cómo persiste esa actitud, incluso en la tenue puntualidad de su elitismo intelectual.

Este caso de Ulysses Álvarez Laviada se complica en apariencia, sintetizando la mediocridad intelectual y el racismo; pero debe partirse de que sólo la mediocridad intelectual permite o determina una expresión mediocre, como esa del racismo. En todo caso, lo que recurre en él para ambas instancias es el choteo, no importa si refinado y de apariencia sutil; porque al final reluce con toda su grosera vulgaridad, en ese resentimiento del intelectualoide mediocre y mezquino.

Como racista, Laviada identifica a Ignacio T. Granados con el funcionario cubano Esteban Lazo, porque son negros; es decir, no importa —de hecho se desconoce— la distancia ideológica entre ambos, reducidos al color de su piel. Todo eso, en el contexto de una supuesta parodia, que en ello revela —no importa la calidad— su intención; que es de crítica mordaz en la comicidad —tampoco importa si conseguida—, en esa práctica habitual del choteo.

Es aquí donde reluce el otro aspecto de la chocarrería, en la burla procaz con que se desactiva un concepto profundo; que sobrepasándolo por su sutileza, rebaja al mero ditirambo de lo cantinflesco, como es también habitual. El concepto en cuestión es el de trialéctica, sobre el que Laviada afirma que Granados no tiene propiedad (trademark); lo que es discutible, si el concepto surge y toma su consistencia en estudios publicados de filosofía, con derecho de autor.

De cierto, en filosofía es difícil —pero no imposible— proclamar propiedad sobre un concepto como ese de Trialéctica; que siendo recurrente, es probable que tenga paralelos igual de eficientes, aunque difícil que literales. En todo caso, es más difícil aún que un filósofo devenido en chota consiga esos ejemplos, aún si existieran; y menos que pueda explicarlos, como —por ejemplo— su vínculo con una determinación tricotómica de lo real.

Lo importante al respecto, es el esfuerzo por invalidar el alcance del concepto, y con este del trabajo que lo sostiene; en esa mezquindad típica del intelectual mediocre, que sólo puede mostrar su resentimiento en una parodia. Es en esto que se percibe el racismo, como naturaleza del resentimiento, y que responde así la inferioridad intelectual; que es en lo que el choteo deviene en contraproducente, obstaculizando el desarrollo de la estructura que dice defender.

Thursday, July 17, 2025

Ontología Bantú, de Placide Tempels

No es extraño que este libro sea desconocido en Cuba, si la etno-antropología cubana se mantiene como occidental; es decir, estructurada alrededor de esta cultura en su etnocentrismo, y por tanto dirigida a sus objetos propios. Sin embargo, no es casual que este libro apareciera en la primera mitad del siglo XX, con la decadencia de ese mundo; que ya rebasada su apoteosis moderna, con la postmodernidad, cede a la emergencia de su marginalidad cultural.

Como principio, la amplia población bantú de Cuba justificaría un desarrollo de este tipo, no sólo en esta marginalidad; sino por su misma determinación de la cosmología nacional, en el desarrollo de su mestizaje como cultura. Todo eso sin embargo, tiene valor existencial y no político, que es por lo que explica su marginalidad; en la que incluso los grupos sociales supuestamente interesados no se interesan, dadas sus propias prioridades políticas.

Gracias a Dios, de todas formas incluso la postmodernidad discurre en esa decadencia moderna, con este desarrollo; que en tanto emergente, saca a la luz los instrumentos epistémicos, ajustando la comprensión del mundo. Esta edición viene de la mano de Ángel Velásquez Callejas, y es mediocre, pareciendo incluso mecánica; al menos por detalles como el de la página catorce del libro, en que se conserva una duda sobre el término original. El término en cuestión es evolué, que el traductor original conserva en francés por falta de equivalente inglés; pero que a estas alturas todo el mundo —excepto los traductores automáticos— sabe que se refiere a civilizado.

El problema ahí es de contexto, naturalmente ambiguo en su primera traducción, pero no con experiencia lexicográfica; que es lo que permite las dudas sobre la calidad de esta traducción, e incluso su legitimidad y sentido. Este traductor último es conocido por desastres exegéticos anteriores, como la corrupción de una novela interesante (Erótica); a la que rebajara a manual de auto ayuda, con una teología deficiente como la del llamado poeta en acto.

Nada de eso sin embargo es importante, porque el libro existe en sí mismo, y las personas pueden acceder a él; incluso con esos defectos, que aunque graves son perfectamente corregibles por cualquier realmente interesado. Eso es lo importante, porque más allá de esa técnica de seudo metafísica del poeta en acto, retiene su alcance propio; que no sólo es cosmológico, sino que realmente corrige los excesos idealistas de la ontología occidental, con su realismo.

Por supuesto, para entenderlo, habría que partir de un contexto epistemológico propicio, como el realismo Trascendental; cuya ontología, partiendo del caos cuántico, se reconoce en ese realismo, étnicamente aguado en el occidentalismo. Eso sí, este reseña no está escrita usando fuentes de segunda, sino que parte de una lectura calma e interesada; que gracias a ello pudo sobreponerse a esos defectos intrínsecos, hasta el punto de ciertamente recomendar el libro.

Tuesday, July 15, 2025

Es Laviada de Cuba, no os asombréis de nada

El señor Ulysses Álvarez Laviada es a todas luces un caso típico de intelectual cubano, esa plaga todavía incomprensible; es decir, formado en la cortedad de las instituciones cubanas, se piensa suficiente para entender la realidad. Salido de la facultad de filosofía de la Universidad de la Habana, su formación se reduce obviamente al Marxismo; en el sentido de centro con que parametrizar todo otro conocimiento partiendo del mismo, sea a favor o en contra.

Es tan complejo que quizás lo sobrepase la sutileza, porque el Marxismo también puede —como aquí— ser negativo; en el sentido de que toda crítica está determinada por su objeto, de modo que participa de su misma apoteosis. Así, por ejemplo, el Cristianismo incorporó el Maniqueísmo, en la crítica de San Agustín, que era política; explicando esas paradojas que la cultura introduce en la historia, porque contrario a esta, ella sí es la realidad.

No es que eso no tenga valor, sino sólo que relativiza el alcance del criterio, como es siempre lógico y natural; pero no para esa especie singular que es el intelectual cubano, que exhibe su naturaleza como último argumento. Claro, debe recordarse aquí la otra sutileza, por la que como naturaleza el intelecto es un parámetro de mediocridad; en tanto sirve para establecer una media en la cultura, en ese afán de trascendencia que diluye al espíritu desde Hegel.

En este caso, también por ejemplo, la crítica al Marxismo no lleva a Laviada a superarlo en su obvia relatividad; sino a contraerse al Hegelianismo,  como si no hubiera sido este el que produjera al otro, en su interpretación; una derivación tan legítima en su argumento como cualquier otra, en tanto informada por el conocimiento. En esto sin embargo radicaría el problema de Laviada, dado que su crítica parece ser de todo menos informada; limitándose en más de un caso a alguna fuente secundaria, la mera lectura de índices o el apresuramiento crítico.

Obviamente, esta incapacidad de criterio es entendible como fundada en el prejuicio,  característico de su cultura; no importa si alega —como también es típico— antecedentes raciales, que no le evitan el respingo con que reduce genéricamente lo negro. Eso es comprensible, en tanto expresión natural del racismo subrepticio cubano, no virulento como el norteamericano pero más eficiente en ello; ya que desagua los argumentos con la burla procaz y reductiva, tenuemente justificada bajo la categoría de ficción paródica.

Ejemplo de esto, su intento de centrar una parodia política con un esfuerzo como la CogiNganga, reducida a Negrismo simbólico; y que nace de su evidente frustración, ante la densidad metafísica de Fundamentos del Realismo Trascendental. Aclárese que, aunque escrito con independencia, la CogiNganga es una suerte de suplemento al del Realismo Trascendental; pero tan denso como el otro, se presta más sin embargo a la reducción caricaturesca, que es la forma cubana de argumentar.

Téngase en cuenta que la CogiNganga es una sistematización, que concilia los conceptos del Cogito y la Nganga; que como opuestos complementarios, se relacionan efectivamente en la cultura popular, dada en la Mojiganga. Reducir todo eso al negro simbólico, como la acción que parodia políticamente Laviada, es por lo menos patético; tratando de reducirlo todo a su medida, como en el mito ilustrador de Procusto y su lecho, que es el signo de su ascendencia cultural.

Parece que radicado en Londres, Laviada resuda el afán de trascendencia en su subscripción al blog periodístico Medium; un espacio en el que los escritores sin suerte aspiran a consagrarse profesionalmente, sin el sambenito de la auto edición. Está claro que tendría futuro en Miami, donde la Generación del Mariel espejea al institucionalismo cubano; y donde podría encajar con esos afanes de trascendencia, en que trata de pasar su ego por la trascendencia de la patria. Esa es la característica principal con que unos reproducen a los otros, desde aquella frustración que los fundara a todos; y que al final los reúne a todos en esa inmanencia que rechazan, como esa envidiosa mezquindad que los lastra.

Wednesday, July 9, 2025

¿Qué pasó con el neoliberalismo?

En primer lugar, que no era liberal sino neoconservador, y ese es el problema de las paradojas, que son engañosas; sobre todo en este caso, en que la burguesía trató de superar su propia inteligencia, para sólo engañarse a sí misma. El problema del neoliberalismo era en la naturaleza feudal Modernidad, contenida por las convenciones democráticas; porque el aporte de la Modernidad fue la moderación —no la superación— de la estructura medieval, con esas convenciones.

Eso es lo que explica la relatividad de la democracia moderna, sin que se desquicie —como pudo— en la anarquía; contenida en el elitismo autoritario de los intelectuales modernos, no en un acceso de la clase popular al poder. Esos intelectuales fueron alimentados además por una aristocracia disidente, a la que legitimaron en su populismo; que en eso consistió el desarrollo ideológico del liberalismo, legitimando la soberanía en el pueblo en vez de en Dios; pero igual marginando a ese pueblo que lo legitimaba del poder efectivo, por su supuesta incapacidad intelectual.

Esto explica el populismo, porque la revolución nunca es popular sino populista, en otro de esos giros políticos; pero más importante aún, explica el crecimiento subrepticio de la clase media, hasta esa apoteosis de la excelencia intelectual. Después de todo, como parámetro de la cultura, lo es también de mediocridad cultural, en más giros paradójicos; dando sentido a esa profesionalización que distorsiona a la economía con la tecnocracia, desplazando al pragmatismo.

Eso es lo que hirió a la burguesía, la traición de una aristocracia demasiado autoritaria para convertirse en burguesa; como sí sucediera en Inglaterra, donde —a diferencia de en Francia— la aristocracia era demasiado fuerte. Es por eso que el absolutismo fue tan relativo en Inglaterra, sin permitir a su monarquía los excesos políticos de Francia; porque tampoco existe tal cosa como la Historia, sino los desarrollos peculiares que organizan la cultura.

Así que el problema del neoliberalismo no era su naturaleza burguesa, sino su descaracterización como clase; por la que accedió a formarse en las escuelas de negocio de las universidades, en vez de en la práctica real. Sería por eso que terminaría subordinando la productividad a la planificación, en la cultura corporativa de lo político; y acabando así como lo político, desgastando su propia base material en la proyección política, como el socialismo.

Esta descapitalización puede no ser teóricamente visible, disuelta como está en la inflación creciente de la economía; con la devaluación del salario, que mueve su valor a la ganancia de los inversionistas, en un aumento aparente de la productividad. Este habría sido el tipo de truco con que el ministro de finanzas de Luis XVI financiaba la independencia norteamericana; pero a costa de la solvencia de esa misma monarquía, y a la que terminó culpando de su despilfarro, como todavía.

También es cierto que no hay tal cosa como una economía socialista, sino un capitalismo de estado, en lo corporativo; que es la distorsión leninista del Marxismo, ante la falencia de este por crear una alternativa económica efectiva. Al respecto, el truco de Necker no fue precisamente esta productividad aparente, sino el presupuesto contra la deuda; pero de lo que se trata es del carácter tecnocrático de estos trucos, que reducen la inteligencia a la prestidigitación.

El neoliberalismo fue así la última ofensiva burguesa, pero una burguesía ya herida y debilitada en su falta de carácter; que la comprometió con la tecnocracia de los políticos modernos, demasiado mediocres para ser efectivos. En realidad, el neoliberalismo habría sido la alternativa al socialismo, ante la muerte inevitable del comunismo soviético; apropiándose de la estructura tecnocrática del corporativismo político, con la ineficiencia de los imperios clásicos; desde la retórica moral de la meritocracia, tan falsa como autoritaria, pero tan irracional como nunca lo fue la aristocracia feudal.

Así que el neoliberalismo se debilitó tanto que nadie se dio cuenta de su muerte, bajo el asedio del socialismo; tan débil él mismo que no puede dejar de conducir a la anarquía, paradójicamente desde un conservadurismo clásico. Eso tiene sentido, como un esfuerzo para preservar recursos políticos, después de la debacle cultural del racionalismo; que es antropológica, empujando a toda la civilización occidental hacia el abismo, con esa fe ciega en su elitismo.

 

Thursday, July 3, 2025

Torres Zayas, poste de Legba y espalda de Lachatañeré

En Cuba acaba de ocurrir un suceso minúsculo pero trascendental, reflejando un desarrollo apoteósico de su cultura; y es la entronización de Ramón Torres Zayas como director del Instituto de Antropología, del que era subdirector. Lo único comparable a esto es la elección —tras diecisiete años— de un director negro para la NACAAP, en Estados Unidos; con la salvedad de que este caso afecta a toda la cultura nacional, y no sólo la expresión política de un segmento, como en ese caso.

En Cuba esta corrección es sísmica, porque promueve la comprensión del negro por sí mismo, no en su patrocinio; a lo que Torres Zayas une una formación mayormente autodidacta, que lo aleja de las convenciones académicas. Con todo, esta promoción no es simbólica sino efectiva, pues Torres se ha desarrollado en el trabajo constante; de modo que no se trata de justicia poética, sino de una adecuación que corrige los defectos estructurales de la antropología cubana.

Así, Zayas tiene el destino de Anténor Firmin en la antropología haitiana, sosteniendo la renovación de Occidente; y lo tiene sobre la espalda de Rómulo Lachatañeré, ninguneado desde ese paradigma en el convencionalismo de Fernando Ortiz. Torres es además un jerarca Abakuá, garantizando el respeto a la más probable espina dorsal de nuestra cultura; pudiendo reflotar el alcance de nuestra Negritud, desde la madurez y suficiencia que le faltara en su primera floración.

En ese sentido, Zayas ha de hilar muy fino, por el espesor de lo político en la actualidad de la cultura cubana; no importa si perece en esa ambigüedad de los sacrificios, pues ya su destino de Firmin se cumple en su nombramiento. También ha de lidiar con el tráfico negrero de la academia, a la que está expuesto en la precariedad presupuestaria del país; pero cuenta con la dignidad de su experiencia, y seguro también con la unción de todos los tambores de Cuba al África.

En todo caso, Torres Zayas no tiene que demostrar nada, pues todo es ya visible con este triunfo sobre el irrespeto; como un reconocimiento no ya a él mismo sino a su capacidad, depositada en él por todos los que le han antecedido. Ciertamente, con ese ceremonial de lo político, Zayas tendrá menos tiempo para investigar, ante la obligación de asegurar recursos; pero en eso también está ahí, visible como el poste de Legba en el Vudú, para el asesoramiento y la formación de los pinos nuevos.

La alegoría no es gratuita, porque Zayas está gestando con manos de partera la dimensión del mestizaje cubano; lo que ya era importante pero no suficiente, porque le faltaba la dimensión histórica, que trasciende al independentismo. También deberá comprender —o hacer que se comprenda— la función del conservadurismo negro, como su mejor aliado; porque este conservadurismo no es ideológico sino funcional, en esa precariedad que lo preservó a él en su marginalidad.

Será por esta funcionalidad que confluye con la otra del conservadurismo liberal, en ese oxímoron de lo político; que hace al liberalismo alzarse en custodio de la moral, como la cultura evangélica desde la violencia de San Basilio. Aún ahí, el conservadurismo negro se diferencia del liberal, por esa precariedad en que debe preservar sus recursos; mientras el otro desciende al mismo valor ideológico del conservadurismo convencional, en el Idealismo.

Así, el mejor instrumento que tiene el doctor Zayas, es esa inteligencia del pragmatismo popular como cultura; que le ha permitido atravesar la teluridad de las pugnas institucionales, en una entidad necesitada además de recursos. Es aquí sin dudas donde se probará la inteligencia de Zayas, no ya en su agudeza para la singularidad etno-antropológica; sino en la otra, que asegure su propia continuidad, a la vez que impone el carácter y peso a la antropología cubana.

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