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Francisco Muñoz Soler |
Un poemario es ya en rigor una
antología, pero tiene la ventaja de una pretensión de unidad dramática; que en
el esfuerzo mismo convierte el libro en un poema, en ese sentido descomunal del
gesto de Dios. Solo esa grandilocuencia puede explicar este otro gesto, aparentemente
menor, de Intuir la forma que no tiene medida; un poemario breve, recreado
en la levedad de la imagen poética, pero con la densidad moral del aforismo.
Uno de los errores más recurrentes
de la literatura contemporánea, es esa intensión de magisterio; ese querer
decir algo, que desdice la ambigüedad del arte en su objetividad. Ese, sin
embargo, no es el caso de este libro de Francisco Muñoz Soler, en que el
magisterio es sobrepasado por la displicencia; así, como otro valor formal, ese
otro gesto retiene la levedad original de la imagen, contra el peso de la
densidad moral.
Se trata por tanto de un libro
difícil, cuya dificultad es la naturaleza que une al lector con el escritor; haciendo
que esta belleza de la imagen llegue al paladar de la mente con el regusto, en
un segundo momento. Eso es interesante, cuando ya el primer momento del gusto
es suficiente, con imágenes inesperadamente directas; cuya racionalidad la hace
sorprendente en la poesía, normalmente supeditada al mito de la violencia
irracional.
Cualquiera que conozca la poesía de
Muñoz Soler, sabe que no responde a ese mito de violencia irracional; pero
tampoco esperaría esta otra densidad aforística, de monje que amonesta con la
belleza de Dios. Es difícil ser original en la literatura contemporánea, que
parece haber agotado las formas; pero probablemente el secreto de Marín esté en
la autenticidad, que no desconoce la sencillez.
Eso sí, que nadie busque aquí
arabescos ni florilegios, porque esta poesía es hiper contemporánea;
descansando en un aire prosado, como de oración continua y en susurro, recitativa
pero prosada. Esto confirma que la contemporaneidad sí tiene sentido propio, y
no tiene nada que ver con la bastedad; sino que se sustenta en su propia
poética, como una reflexión calmada, en que el hombre se piensa y descubre a sí
mismo.
El libro se divide en secciones,
que van de lo interno a lo externo, pero manteniéndose siempre personal; con
esa característica criticada en la incomprensión del, que canaliza la reflexión
ontológica en la contemporaneidad. Son cinco secciones, que —como horas de
monje medieval— se adentran en la naturaleza de la vida y de las cosas; y
aprovecha ese tempo especial de la poesía prosada, para cuestionar toda
realidad en su profundo dramatismo.
Es sin dudas de una derivación de aquella
osadía de los poemas en prosa, con que Baudelaire revitalizara la poesía; ahora
como una culminación, que cierra la parábola del tiempo de una punta a la otra
de la modernidad. Con la sobriedad que le fuera negada a Baudelaire —venía de
los románticos—, Soler le otorga sentido en su neoclasicismo; para conseguir
así una arquitectura contemporánea, que se luce en su sobriedad por lo
funcional.
El autor quizás podría jugar un
poco más libremente con su fraseo, extremadamente culto; ya que a pesar de esa
placidez de la imagen, recurre a vocablos un poco áridos, con demasiada textura
para sus imágenes. Pero eso probablemente sea inevitable, pues el entorno mismo
del autor —del que toma sus referencias— es culto; sin que pierda por eso la función
existencial de lo humano, rompiendo el otro mito de la poesía culta en este
valor reflexivo.
Francisco Muñoz Soler es un experimentado
autor, conocido por no entregarse a los simple florilegios poéticos; sino que con
más de veinte títulos —incluyendo antologías personales— ha sido también
traducido a unos siete idiomas. Nacido en Málaga (España) en 1957, se define
como un autor con ansias metafísicas, que explican el vuelo místico a la vez
que moral de sus reflexiones; una dualidad especial, que lo separa —estoica
como una columna en medio de un páramo— en esa verticalidad que lo define en su
poesía.