Todas las religiones del mundo han atribuido
significados premonitorios a los sueños, incluido el purismo moralista de los
cristianos; y en oposición directa, como corresponde, el pensamiento científico
ha negado también tradicionalmente esta atribución. La verdad seguro está en
algún lugar entre estos extremos, como suele ser lo propio, si se tiene en
cuenta que el pensamiento científico es de suyo un comportamiento religioso y
confesional; en el que la Razón es un convenio funcional que sustituye al de
Dios hasta en la negación del mismo, como en todas las religiones que en el
mundo han sido. No obstante, dada la naturaleza mítica del pensamiento
religioso, conviene acercarse a la materia de los sueños a través de la
ciencia; toda vez que (¡hey!) esta se basa en hechos rigurosamente comprobables,
no importa si a partir de los mismos desarrolla un mito; contrario a las
tradiciones religiosas, menos exigentes con esa factualidad de los hechos en
que se basa, desde que incluso su objetivo y alcance es distinto del
científico.
En todo caso, ya se ha aceptado que el cerebro
—sede del pensamiento, no importa si religioso o científico— trabaja incluso en
esos estados de inconciencia propios del sueño; como un administrador robótico,
que pone en orden el alud de información recibido durante el día, de modo aún inconsciente.
Esto último se referiría a la información periférica que se recibe, en relación
con el objeto de atención o independiente del mismo; y que almacenada como
memoria, su valor periférico quedaría desplazada a la subconsciencia, pero sin
perder valor como referente activo. En un proceso puramente mecánico, sin tocar
aún un aspecto espiritual, el cerebro necesitaría la creación de nuevas sinapsis
para organizar ese pensamiento; lo que haría organizándolo en una narrativa
lógica, pero donde la lógica —aún si aún aparente— no la proporcionaría la
subjetividad de la conciencia, sino la otra subjetividad —un poco menor— de la
propia secuencia de sucesos que se organiza. Eso explicaría la (todavía)
aparente objetividad del pensamiento subconsciente, apelando a la lógica propia
de los sucesos; sometida aún a una comprensión subjetiva, en tanto esa lógica
tampoco sería real y propia de los mismos sino dependiente del marco cognitivo
y referencial propio del sujeto, aún si aún inconsciente.
La narrativa resultante de esta organización
sin dudas espontánea es un sentido, también sin dudas más objetivo y probable
que el de la comprensión consciente; explicando con ello la otra virtud,
parcialmente aceptada por la ciencia, de que el cerebro procesa esa información
para ofrecer soluciones a problemas actuales basado en la memoria. Esto aún
entroncaría con un aspecto espiritual, si se tiene en cuenta que el espíritu es
un principio activo por el que se organiza la naturaleza; resultando así en una
especie o subnaturaleza con carácter singular, basado en la peculiaridad de sus
funciones; que en el caso humano sería la re-determinación inteligente de sus
actos, determinados en principio en compulsiones instintivas… aún si todavía
aún de origen cultural, dado que la cultura es ya esa (otra) naturaleza.
No habrá que olvidar nunca que el nombre de
Morfeo significa Forma —así sin más—, en un mundo no opuesto a la ciencia en
que los dioses serían la simple conceptuación de los principios activos en que
se determinaría la realidad; esto es, fenómenos que en tanto metafísicos tienen
una naturaleza paralela a la ciencia, nunca en relación con la misma, no
importa el mito del dogmatismo científico de que la metafísica es un nombre
casual con que se clasificó algunos libros de Aristóteles. Sabemos que ni
siquiera el dogmatismo es errado, pero que consiste en la absolutización de su
propia convención mítica; como esa de la ciencia, que a pesar de que puede
explicar las cosas se muestra renuente a ello, como si fuera un sacerdote
egipcio celoso del poder que detenta.